Martes,
octubre 11th, 2011
Autora: Ana
Karen
(Dedicado a mi querido spanker oriental: Alberto)
(Dedicado a mi querido spanker oriental: Alberto)
Lo que van a
leer a continuación son mis sentimientos y pensamientos acerca de mi primera
azotaína. Les aseguro que aquí va toda la realidad mezclada con un gran
porcentaje de fantasía. ¿Qué es fantasía y qué es realidad? Cada uno de ustedes
lo decidirá… y seguramente estará en lo cierto.
Lo conocí en
un tablón de Internet. Alberto se comunicó conmigo como tantos otros lo
hicieron, pero él… él es especial. Y no sólo porque compartimos la misma
nacionalidad y vivimos en el mismo país, sino porque desde su primer mail (que
fue en privado) tuvimos muy buena onda.
A medida que
pasaban los días, los mails se hicieron más frecuentes cada vez, y comenzaron
las llamadas telefónicas. Al vivir cada uno en un extremo del país tampoco se
nos hacía fácil el poder vernos: nuestros trabajos y vida diaria no estaban ni
están pensados para este tipo de situaciones, pero nuestra comunicación era tan
frecuente, vasta y fluida que nos parecía conocernos desde siempre.
Pero cuando
las cosas se tienen que dar… simplemente se dan! Nuestros deseos de vernos y
conocernos eran tan grandes que el Destino y el dios Eros se confabularon para
que sucediera algo y poder conocernos al fin.
Soy la
administradora de la empresa para la cual trabajo, y a principio de mes me
avisaron de la Asociación de Administradores de Empresas que el Congreso de
Administradores se haría este año en la fronteriza ciudad de Rivera, a solo 23
kilómetros de donde reside Alberto. Recién un miércoles que el congreso sería
el sábado de esa semana, así que decidí partir de aquí el jueves de noche para
tener el viernes para “descansar”, pues el viaje implica más de 8 horas en
autobús.
No consulté
con nadie, solo llamé para reservar el pasaje, pero me faltaba conseguir
alojamiento. Pero todo es perfecto siempre, aunque al principio nos parezca que
no. Por ser una ciudad pequeña, la capacidad hotelera estaba desbordada, así
que no conseguía alojamiento por ningún lado. Pero yo sabía que tenía los
dioses a mi favor: busqué entre mis amistades alguien que me consiguiera un lugar
y todo salió a pedir de boca: una amiga me consiguió un apartamento amueblado
en un bello barrio de Rivera. ¡Estaba feliz! y apenas lo supe llamé a Alberto
para contarle, y al enterarse también se puso contento, pues era más fácil y
más discreto un apartamento que un hotel.
Hacía varios
días que, aunque yo no sabía nada de lo que se venía, tenía una “manada” de
mariposas en el estómago que me revoloteaban sin cesar.
El día llegó
y las mariposas aumentaban a medida que el autobús se acercaba a la ciudad. Llegué
muy temprano en la mañana, lo que me vino perfectamente bien para prepararme
para la noche de mi “debut”. Fue un día larguísimo, demasiado largo para mí
debido a mi excitación. Durante el día nos llamamos varias veces, arreglamos el
horario y…
A la hora
exacta que habíamos acordado tocó timbre. Lo recibí en la puerta, nos saludamos
y mis mariposas se alborotaron aún más! Estaban desaforadas, nerviosas, casi
tanto como yo! Nos estudiamos mutuamente por unos segundos y nos sentamos a
charlar, después de todo era la primera vez que nos veíamos personalmente.
Alberto fue
el primero en enfrentar la situación:
-¿Y? ¿Soy
cómo esperabas?
-¡Sí, estás igual que en la foto!
-Entonces… ¿te decepcioné?
-¡No! ¡Por supuesto que no! ¿Por qué me decís eso?
-Es que… todavía no me has dado ni un beso.
-¡Sí, estás igual que en la foto!
-Entonces… ¿te decepcioné?
-¡No! ¡Por supuesto que no! ¿Por qué me decís eso?
-Es que… todavía no me has dado ni un beso.
Me sonreí y
creo que me sonrojé levemente. Tomé su cara entre mis manos y le di el beso más
dulce que pude, mientras que los dos nos incorporábamos para abrazarnos y
besarnos con más pasión. Cuando nuestras bocas decidieron separarse, preguntó:
-¿Así que
sos muy gallita vos? –me dijo abrazando mi cintura.
-Ehhhh… esteeeeee… bueno, yo…
-Ehhhh… esteeeeee… bueno, yo…
¡Zas! Había
llegado mi primer azote: suave, dulce, cómplice de la situación. Me sorprendió
pero ¡me gustó muchísimo!
-¿Así que
vos sos la que te hacés la viva con los spankers que están lejos porque no te
pueden nalguear?
-¡Es que ellos me provocan! –dije con un mohín como para defenderme.
-¿De verdad? –dijo con una gran sonrisa en su cara.
-¡Es que ellos me provocan! –dije con un mohín como para defenderme.
-¿De verdad? –dijo con una gran sonrisa en su cara.
¡Zas! ¡zas!
Ardieron un poquitín más, pero… no demasiado. Me seguía besando mientras
amasaba mis nalgas. Era una sensación deliciosa, y mis mariposas no sabían qué
hacer. Creo que algunas revoloteaban de aquí para allá y se chocaban con las
que ya habían sentido el placer de los primeros besos y volaban suavemente
dejándose llevar por el momento.
No dejaba de
besarme y de darme nalgadas muy suaves, muy ricas que a mí ¡me sabían a gloria!
En determinado momento me tomó de la mano y se dirigió hacia la otra parte de
la casa donde encontró el dormitorio. Me dejó parada a los pies de la cama.
Se acercaba
el momento que me imaginaba y que tanto y tanto había deseado durante años: mi
primera azotaína!
Soy una
mujer muy grandota, por lo que al spanker no se le hace fácil nalguearme en
OTK, pero al hacerlo en una cama las dos partes se pueden acomodar de otra
forma. Me dijo que me pusiera sobre sus piernas y lo hice…
-Gallito… te
llegó la hora de que te bajen la cresta!
Lo miré de
costado, con la mejor cara de mártir que pude poner, pero por supuesto que eso
no le importó.
-¡Bajá la
cabeza! –me dijo con una voz tan firme que me hizo correr un frío por la
espalda.
-¡No! –le contesté sin dejar de mirarlo. No quería bajar la cabeza, eso es muy humillante para mí.
-Bajá la cabeza… ¡ya! –Y por supuesto que obedecí. Es que su tono de voz se impuso ante mí y como no sabía qué podía pasar, pensé que lo mejor sería obedecer… al menos por un rato.
-¡No! –le contesté sin dejar de mirarlo. No quería bajar la cabeza, eso es muy humillante para mí.
-Bajá la cabeza… ¡ya! –Y por supuesto que obedecí. Es que su tono de voz se impuso ante mí y como no sabía qué podía pasar, pensé que lo mejor sería obedecer… al menos por un rato.
Los primeros
azotes cayeron encima de la falda. ¿Cuántos fueron? ¿4, 6, 7? No lo sé, pero
gocé cada uno de ellos y mi entrepierna también se comenzó a enterar de mi
primera azotaína.
Sentí como
me subía la falda y dejaba mi colita al descubierto. ¡Wow, qué momento! Los
siguientes azotes no se hicieron esperar, y sentir la mano de Alberto casi
sobre mi piel me hizo excitarme aún más.
Sí: me
dolía, me ardía, me picaba, pero… ¡qué sensación más adorable! Claro que fueron
muy poquitos los azotes recibidos así, con las bragas puestas. Enseguida me las
bajó y las colocó exactamente donde terminaban mis nalgas. Allí comenzó el real
castigo. A cada golpe de su mano, mi cuerpo tenía una reacción que no podía
evitar: saltaba sobre sus piernas. No sé cuánto rato estuvo azotándome, pero
por primera vez sentí esa famosa dicotomía de la que tantas veces hablé y leí
en los relatos: quería que parara porque ya sentía mucho ardor y dolor, pero…
haría lo que fuera para que continuara con ese maravilloso castigo. Mi
entrepierna estaba empapada, y en mi cerebro resonaban sus palabras una y otra
vez:
-¡Yo te voy
a bajar la cresta gallita! La cabeza bien abajo ¡con la frente tocando el
colchón!
No sé porqué
lo hice, o quizás sí. Quería más, quería que no parara, quería sentir
finalmente todo lo que había querido sentir durante más de 40 años. Y para eso
necesitaba provocarlo. Creo que evidentemente no sabía lo que hacía, pero por
suerte para mí, Alberto sí. Así que…
-Dije la
cabeza bien abajo –me espetó empujando mi cabeza hacia el colchón.
-¡NO! –contesté lo más insolentemente que pude.
-La frente contra el colchón y ¡no te lo repetiré!
Su tono de voz me asustó, no lo voy a negar, pero mi rebeldía pudo más:
-¡NO! ¡No lo haré! –le dije mirándolo a los ojos y de la forma más soberbia y petulante de la que fui capaz.
-Bien. Como vos quieras –dijo con algo de parsimonia. Me tomó de la nuca, y de forma firme pero sin hacerme daño puso mi frente contra el colchón y empujó de forma tal que no podía levantar la cabeza. Sentí que su cuerpo giraba, porque no podía ver nada debido a la posición en que me encontraba. En el momento que por algún motivo soltó mi cabeza, quise incorporarme, pero no pude. Con la rapidez de un felino puso otra vez mi frente contra el colchón e inmediatamente sentí un chasquido seguido de un fuerte ardor en mi nalga: ¡había comenzado a azotarme con el cinto!
-¡NO! –contesté lo más insolentemente que pude.
-La frente contra el colchón y ¡no te lo repetiré!
Su tono de voz me asustó, no lo voy a negar, pero mi rebeldía pudo más:
-¡NO! ¡No lo haré! –le dije mirándolo a los ojos y de la forma más soberbia y petulante de la que fui capaz.
-Bien. Como vos quieras –dijo con algo de parsimonia. Me tomó de la nuca, y de forma firme pero sin hacerme daño puso mi frente contra el colchón y empujó de forma tal que no podía levantar la cabeza. Sentí que su cuerpo giraba, porque no podía ver nada debido a la posición en que me encontraba. En el momento que por algún motivo soltó mi cabeza, quise incorporarme, pero no pude. Con la rapidez de un felino puso otra vez mi frente contra el colchón e inmediatamente sentí un chasquido seguido de un fuerte ardor en mi nalga: ¡había comenzado a azotarme con el cinto!
Si mi colita
sintió ardor con su mano, imaginen lo que fue con el cinto. El ardor y el dolor
se confundían con la quemazón que me producía el cuero contra mi piel, que
hasta hacía un rato había sido blanca y muy suave.
Aún así yo
trataba de subir mi frente, y él me la bajaba y me daba más duro (o por lo
menos yo lo sentía así).
-¡Te dije
que te iba a bajar la frente gallito! Cuando leía tu altanería e insolencia en
el tablón, me prometía a mí mismo que el día que tuviera tu culo a mi merced te
enseñaría a no ser tan arrogante y a no burlarte de los spankers. Te
aprovechabas porque están lejos, pero no tomaste en cuenta que siempre hay
alguno cerca de ti para guiarte por el buen camino y mostrarte cómo debes de
comportarte.
Con todo ese
palabrerío y encima los azotes del cinto cayendo cada vez con más fuerza, traté
de zafarme más de una vez: me retorcí, salté sobre su falda, quise levantar la
cabeza y no sé cuántas cosas más. Todo fue en vano.
Alberto es
un spanker consumado y… como solo tiene dos manos, con una sostenía mi cabeza y
con la otra iba alternando entre agarrarme para que no me moviera tanto y
cuando me quedaba un poco quieta, ¡ZAS!, me azotaba con el cinto otra vez.
De repente
paró.
-Levántate
–me dijo con su voz ruda y dura – ¡De pie!
Miré su
rostro impávido, sin la menor muestra de ningún sentimiento o emoción. Sus
facciones parecían haber sido talladas en la piedra más dura. Y sus ojos
querían reflejar la misma dureza de su rostro, pero mirándolo fijamente, cosa
que yo apenas podía hacer, dejaban ver en el fondo y sólo por un instante, una
chispa de ternura. Haciendo uso de todas mis armas de seducción y de
manipulación, me acerqué a su rostro para besarlo, lo miré tiernamente, lo
acaricié. Pero todo fue inútil, no logré que moviera ni una pestaña. Tenía
rostro de… spanker! Sin darse por aludido ante todas mis artimañas, sólo me
dijo:
-Tu frente
aún está demasiado alta para mi gusto. Tu cresta todavía sigue en alto gallito,
pero remediaremos eso ahora mismo. Arrodíllate y poné tu frente en el suelo y
tu cola bien en alto. ¡YA!
¡Era
demasiada humillación para mí! Pero… ¿quién se creía este tipo que era? No, no
lo haría. Así que mirándolo de frente (todavía me pregunto cómo logré hacerlo)
y con mi mirada más desafiante le dije:
-¡NO!
No me dio
tiempo a reaccionar cuando sentí una vez más su mano sobre mi dolorida colita.
Mi reacción fue inmediata:
-¡Sí, sí,
sí…! ¡Ya! ¡Ya tengo mi frente en el piso! ¡ya…!
Y con toda
la vergüenza y la humillación que alguien pueda sentir, puse mi frente en el
suelo y la cola bien en alto para que siguiera enseñándome a no ser tan
altanera y petulante. Los azotes continuaron durante unos minutos que se me
hicieron interminables.
Luego,
empujó mis bragas hasta las rodillas y notó que estaban empapadas en la
entrepierna, y no precisamente por la temperatura de la noche, sino porque mi
excitación había llegado al punto máximo. No podía soportar más y… el estallido
de placer por el orgasmo obtenido fue sublime!
Inconscientemente
levanté mi cabeza para gozar al máximo ese momento. Alberto se dio cuenta y no
sólo se detuvo, sino que se acercó por detrás de mí y me tomó en sus brazos
abrazándome dulcemente.
-Gallita,
usted va a tener que aprender a no cacarear tanto, y a bajar un poco esa cresta
que la puede meter en muchos problemas. Que usted va a aprender se lo aseguro,
y yo la voy a ayudar ¿entendió?
Bajé mi
mirada y asentí con la cabeza. Yo, una mujer madura, con un cuerpo y una altura
muy grande, habiendo tenido hasta ese momento toda la soberbia y la
omnipotencia a flor de piel, me sentí como una niña pequeña, abrazada
dulcemente por alguien que me puso límites por primera vez en mi vida.
Alberto me
dijo una vez: “¿viste que ser Spanker no es sólo dar nalgadas?”. Hoy me doy
cuenta que tiene razón, y le contestaría que: “tampoco ser spankee es sólo
recibirlas”.
Querido Alberto:
Gracias por
iniciarme de una forma tan maravillosa.
Gracias por cuidarme tanto.
Gracias por tratarme con la paciencia, el cariño y la firmeza que un padre trataría a su hija traviesa.
Gracias por ser lo suficientemente hombre y caballero como para no hacer caso de mis quejas, de mis insinuaciones maliciosas y ¡hasta de mis reproches por querer más y más!
Gracias por cuidarme tanto.
Gracias por tratarme con la paciencia, el cariño y la firmeza que un padre trataría a su hija traviesa.
Gracias por ser lo suficientemente hombre y caballero como para no hacer caso de mis quejas, de mis insinuaciones maliciosas y ¡hasta de mis reproches por querer más y más!
Me sirvió de
mucho que me ayudaras a ver que soy más manipuladora, rebelde, caprichosa y
malcriada de lo que me imaginaba.
Pero iré
mejorando. (¿O no? Jejejejejejeeeeeee…)
Con todo el
cariño de tu spankee,
Ana Karen
27 de noviembre del 2005
27 de noviembre del 2005
https://larevistadelpetticoat.blogspot.com/
ResponderEliminar