domingo, 8 de febrero de 2015

MI ABUELO MATERNO M/F F/F Juanspanker


       

 

                                                  MI ABUELO MATERNO

 

      Como te dije estimado amigo Juan, voy a relatarte algunas de las azotainas que suelo recibir aun hoy dia, pese a mis 23 años de edad. Empezare por mi primera azotaina y la que mas me marco, aparte de que mi vida dio un cambio de 360º.

     Yo entonces contaba con la edad de 14 años, y vivía con mi madre de 28 años. No sabia porque mi madre había abandonado la casa de mis abuelos, (sus padres) pero ahora 15 años después volvíamos a su casa, yo estaba muy feliz por ver a mis abuelos por primera vez. En cambio mi madre estaba muy triste y consternada, ella jamás hubiera vuelto si no fuera por mi, se había quedado sin trabajo y nos habíamos tenido que ir de la casa en donde vivíamos, en la cual había trabajado sirviendo desde antes de tenerme a mi, los señores habían decidido vender la casa e irse a vivir con sus hijos a Alemania los años restantes que les quedase de vida. Viajamos  en autobús hasta un pequeño pueblo escondido en los picos de Europa, Asturias.

    Nos hospedamos en una pension del pueblo hasta que el abuelo bajara a recogernos, según mi madre tardaría aun unas dos horas. Una vez en la habitación mi madre me hizo desnudar del todo, yo no comprendía nada, y menos aun cuando empezó a vestirme con unas bragas de niña pequeña de algodón, blancas con unos ramilletes de flores de margaritas amarillas. Le pregunte porque…

    -. Maria hija no preguntes y deja que te ponga estas ropas de niña, ya se que tienes 14 años y que eres muy mayor para estas ropas, pero créeme es mejor para ti mi niña, que el abuelo crea que eres una niña inocente, no lo vas a pasar nada bien cuando averigüe las calificaciones que has sacado este trimestre, se fuerte y no respondas al abuelo como sueles hacer habitualmente, o lo lamentaras y no te puedes hacer idea de cómo.

    Me fue vistiendo ella misma, primero aquellas horribles bragas, que me llegaban por debajo del ombligo, luego me paso por la cabeza un vestido blanco con adornos voladizos como volantes , que no me tapaba casi las bragas, luego unos calcetines cortos blancos también, y los zapatos. Luego comenzó a peinarme haciéndome dos coletas con un lazo azul, cuando me mire al espejo parecía que tenia 10 años. Minutos después llamaban a la puerta, abriéndola mi madre, ante el umbral apareció un hombre como de 60 años con el rostro congestionado, se le veía muy enfadado.

    -. Padre…

    -. Esta es tu hija?

    -. Si…Padre…es tu nieta… Maria.

    -. Pequeña sal fuera, tu abuela y yo debemos de hablar con tu mama, no tardaremos mucho.

   Sali hacia el pasillo, al pasar por delante del abuelo, este llevaba en la mano un viejo cinturón muy grueso de cuero, y la abuela en la mano llevaba una vara como de un metro de larga, luego sabria que era de avellano. Al salir yo entraron los abuelos y yo me quede en la puerta, antes de que la cerraran vi, que mi madre se desabrochaba la falda y como esta caia al suelo a sus pies. Me quede en  el pasillo y a los pocos minutos empece a oir sonidos como si estuvieran sacudiendo una manta, no puedo decir que eran aquellos sonidos, eran extraños para mi, pero poco después supe que eran azotes, mama gemia después de oírse aquel sonido, y poco después empezó a gritar y llorar, para minutos después solamente la escuchaba sollozar y todo quedo en silencio.

     No se el tiempo que paso, pero se abrió la puerta y salieron los abuelos, con nuestras maletas en la mano, la abuela ya no llevaba la vara y el abuelo si llevaba una maleta y su feo cinturón en la otra, entonces vi a mama secándose las lagrimas de los ojos y corri a abrazarme a ella. Salimos de la pension y en la puerta había un auto, mi madre se subió adelante con el abuelo que era quien conducía, y la abuela me hizo subir atrás con ella, vi la cara de dolor de mi mama cuando se sento en el asiento, el coche se puso en movimiento.

      -. Maria, tu madre nos conto por carta que habías suspendido el curso, eso esta muy mal, pero tu abuela te va arreglar pequeña sinvergüenza, Isabel encárgate de que aprenda la lección !!!

    No me lo esperaba, mi abuela me agarro del lóbulo de la oreja y me lo retorció, y tiro de ella, no pude hacer otra cosa que levantarme y en ese instante me tiro boca abajo sobre sus rodillas, y empezó a darme azotes sobre mi culo fuertes, era la primera vez que me pegaban. Y enseguida empece a llorar pues dolían mucho, aunque llevara las bragas puestas. Me estuvo dando azotes hasta que se paro el auto, el culo me ardia horrores entonces paro.

   Bajamos del coche y entramos en la casa, antes de que yo pudiera acceder al interior, me agarro el abuelo de los hombros con ambas manos y me dijo;

     Ahora jovencita vamos hablar tu y yo sobre esas notas, cuando me quise dar cuenta me llevaba bajo su brazo izquierdo  en volandas, se sento en una silla al tiempo que me colocaba sobre su rodilla izquierda y pasaba su pierna derecha sobre las mias, me levanto el corto vestido, y note como introducía sus dedos por la cintura de mis bragas, bajándomelas hasta las rodillas me dijo mientras yo rompia a llorar de nuevo.

   -. Tu madre a intentado engañarnos vistiéndote de niña, pero tu abuela y yo no nos chupamos el dedo, y sabemos que edad tienes realmente, por lo tanto vas a probar el cinturón que ha probado tu mama antes de venir para a casa…

   Y en seguida sentí como me quemaba el cinturón en mi culo desnudo, no se cuantos azotes me dio, pero para mi fueron muchísimos, cuando me dejo en el suelo, la abuela me agarro y apenas me dejo subirme las bragas, que sentí un nuevo azote en el culo, de mi abuela esta vez.

   -. Acompañame niña. Vamos a tu cuarto.

   Yo seguía escuchando en mis oídos los chasquidos del cinturón, me volvi y vi a mi madre sobre las rodillas del abuelo, con el trasero al aire y como el abuelo la azotaba de nuevo con el cinturón.

   El culo me dolia horrores, lo sentía arder como si tuviese fuego encendido en el, la abuela me hizo subir casi a arrastras al piso de arriba, apenas podía caminar, la abuela me llevaba de una mano y yo la otra la tenia sobándome el culo, esta fue mi primera azotaina de las muchas que he ido recibiendo de los abuelos, hasta el dia de hoy…          

El viajero Anónimo M/F Charly gaucho y Krenee31


 

 

 

 

 

 

El viajero Anónimo

Escrito por: Charlygaucho y Krenee

 

 

 

 

 

 

 

 

Este relato tiene algo de historia:

 

En el club de Argentina, Charly y yo llevábamos una guerra cruel (La guerra de sexos), chistes machistas, chistes feministas: Al final, llegamos a la conclusión de que ni a Charly ni a mí nos gustaban esas bromas y que ambos creemos en la igualdad de sexos. Decidimos firmar la paz y Charly me propuso un sitio neutral, entre Madrid y Buenos Aires para esa firma, pero como yo soy muy “chula” y muy orgullosa, decidí que si Charly quería paz, tendría que venir a Madrid, a mi despacho, el día y la hora que YO DECIDIESE, para firmarla, si no, no habría paz.

 

Esta fue la respuesta de Charly, a la que siguió la continuación de la historia escrita por mi.

Espero que la disfruteis

Krenee

 

 

 

 

El viajero se revolvió inquieto en su butaca, tomó su maletín, sacó un papel y repasó todos y cada uno de los datos que en él estaban escritos. Los informes eran precisos. Miró su reloj. Eran las 18:00 de un viernes. Todo marchaba conforme a lo calculado.

 

Guardó los papeles, colocó el maletín a un lado, se revolvió sobre la butaca y se durmió.

 

“...nas tardes, damas y caballeros, les habla el comandante del vuelo AR 1351 de Aerolíneas Argentinas con destino a la ciudad de Madrid. Hemos iniciado el descenso de aproximación hacia el aeropuerto de Barajas. Los controladores de vuelo nos han dado la autorización para el aterrizaje. Se ruega que los señores pasajeros se abrochen los cinturones y observen la indicación de no fumar mientras se encuentren encendidos los respectivos indicadores. Muchas gracias”.

 

“Good afternoon, ladies and gentlemen...”

 

El aviso lo había despertado, vio los carteles indicadores de las prohibiciones y se ajustó el cinturón. Tomó el maletín y se dispuso a aguardar el aterrizaje.

 

El Boeing 747 tomó tierra, carreteo sobre la pista principal, se acercó a la cabecera y -tomando la pista auxiliar- se dirigió hacia el centro de desembarque.

 

Cuando el avión hubo detenido su marcha, nuevamente se escuchó:

 

“Damas y caballeros, hemos aterrizado en el aeropuerto de Barajas, la temperatura es otoñal, de 17 grados centígrado con un 31 % de humedad. El desembarque se efectuará únicamente por la puerta delantera. En nombre del comandante, el resto de la tripulación y de Aerolíneas Argentinas les agradecemos por viajar con nosotros y le deseamos una feliz estadía”.

 

Ya habían enganchado la manga de desembarco y el viajero, presuroso, se dirigió hacia la puerta y observó que era el primero de la fila. Mientras esperaba que la abrieran tomó una foto de sus bolsillos y la observó atenta y cuidadosamente.

 

Cuando la puerta se abrió, avanzó por la manga hacia la sala de ingreso. Entró en la oficina de inmigración. Había tres oficiales de inmigración para recibir a los viajeros. Les dio una mirada y no tuvo dudas. Guardando nuevamente la foto en el bolsillo, se dirigió resueltamente hacia la que estaba en el centro.

 

“Buenas tardes” le dijo.

 

“Buenas tardes, señor. Bienvenido al Reino de España” le contestó la mujer.

 

“Muchas gracias”

 

“Sería tan amable de permitirme su pasaporte, por favor”

 

El viajero introdujo su mano dentro del saco, extrajo el pasaporte y se lo dio a la mujer.

 

Esta lo tomó, lo abrió y leyó: “MERCOSUR - REPÚBLICA ARGENTINA - POLICÍA FEDERAL ARGENTINA” y a continuación los datos personales del viajero, el sello de salida y la foto. Se detuvo en ella unos instantes y luego -con el pasaporte en sus manos- dirigió la mirada hacia el viajero.

 

Alrededor de 1,75 metro de estatura, unos 50 años, cabello castaño claro tirando a rubio, ligeramente ondeado, ojos de un azul muy profundo, vestía un traje marrón claro, camisa amarillo pastel y corbata al tono. No era un turista común tenía un aire muy especial que le llamó la atención.

 

Él se sintió inspeccionado y sonrió. Ella lo advirtió.

 

“Si no fuera indiscreción, señor, podría Ud. decirme a que se debe su viaje”.

 

“Por supuesto, he sido invitado por las Universidades de Sevilla y de Salamanca para dar una serie de charlas y conferencias durante la semana próxima, vinculadas al Derecho del Trabajo Comparado, todo ello en el marco de las Primeras Jornadas de Derecho del Trabajo Iberoamericano organizados por esas Universidades”.

 

Ella lo escuchó atentamente. Evidentemente no era un turista común.

 

“Con la valiosa colaboración de los Dres. Ginés González García y Alberto Recaredo Fernández hemos desarrollado un trabajo internacional que se refiere a la evaluación comparativa de las legislaciones de España y de diversos países Latinoamericanos, en especial Argentina, Brasil y Chile acerca de la evolución de las normas reguladoras del Derecho Laboral, específicamente de aquellas denominadas de flexibilización” agregó él.

 

“Es Ud. muy amable, no era necesario tanta información”.

 

“Discúlpeme, pero es lo menos que se debe hacer frente a la simpatía y dedicación con que Ud. me está atendiendo. Es un muy buen gesto de las autoridades colocar a personas tan atentas, simpáticas y capacitadas para atender a los viajeros que generalmente llegamos algo desorientados”.

 

“Muchas gracias, señor, sólo cumplo con mi obligación. Ud. parece ser una persona importante dentro del mundo jurídico” dijo ella.

 

“No tanto, soy una persona reconocida dentro del ambiente del Derecho Laboral Latinoamericano, pera nada demasiado importante”, respondió él

 

“¿Sabe Ud. que para poder ingresar es menester que cumpla una serie de requisitos?”

 

“Sí, lo sé, ¿qué necesita?”

 

“Debe acreditar que posee como mínimo 30 Euros por cada día que permanezca en la Comunidad”.

 

“Si me permite”, dijo él mientras acercaba el maletín, lo abrió y mostrándole el contenido: “Acá hay 20.000 Euros en efectivo, más otros 30.000 en cheques de viajero de American Express y” tomando un papel que le exhibió “además poseo una transferencia especial a mi nombre en el Banco de España por otros 100.000 Euros. ¿Es suficiente?”.

 

“Sí, es más que suficiente. ¿Seguro médico?”

 

El viajero revuelve papeles en el maletín y extrae una tarjeta “Mi tarjeta de Medical Assistance, donde consta que estoy cubierto en el ámbito de toda la Comunidad”.

 

“Perfecto. ¿Reserva de hotel o invitación?”

 

“Por supuesto”, respondió él y extrajo otros papeles que le extendió.

 

“Estas son las invitaciones de las Universidades que le mencioné. En ellas se expresa que se hacen cargo del hospedaje desde el lunes hasta el fin de las Jornadas”.

 

Ella repasó ligeramente el texto de los papeles. “Discúlpeme, ¿desde hoy hasta el lunes?” inquirió devolviendo los papeles.

 

“Ha dado Ud. en la tecla, como pudo observar en las invitaciones, el domingo a la noche está prevista una recepción especial a las delegaciones extranjeras en el Palacio de la Zarzuela, porque el evento ha sido declarado de interés nacional y comunitario, con la participación de algunos integrantes del gobierno y de la Familia Real, pero lo cierto es que adelanté el viaje un par de días para poder recorrer un poco Madrid y, en este momento, debo cubrir ese bache de alojamiento. Ya que ha sido tan atenta conmigo me permito hacerle una pregunta ¿Conoce Ud. algún lugar que me pueda recomendar para alojarme?”

 

Ella lo miró pensativa.

 

“¿Sería tan amable de asesorarme cómo puedo llegar hasta la ciudad y donde puedo conseguir información acerca de algunos lugares interesantes para visitar en estos dos días? Perdóneme que la moleste tanto, pero le pido que comprenda que estoy medio perdido y necesito que alguien me asesore para que me pueda ubicar”.

 

Ella lo volvió a mirar sumida en sus pensamientos. Dirigió la vista a su reloj de pulsera. Marcaba las 19:50 horas. Volvió a mirarlo.

 

Desde la profundidad insondable de sus ojos azules una mirada penetrante pareció perforarla, acompañada de una sonrisa que completaba el halo especial que rodeaba la figura de ese viajero, causándole un íntimo estremecimiento.

 

Ella volvió a pensar, era muy resuelta, pero en ese instante dudaba. Algo le decía dentro de su ser que se decidiese. Un molesto cosquilleo nervioso se había instalado en su vientre. Hacía mucho que no experimentaba esas sensaciones.

 

“Yo puedo sugerirle no sólo lugares donde alojarse sino también donde asesorarse. Nuestro Ministerio de Turismo ha desarrollado toda una red de centros de atención a los viajeros. En cuanto a su traslado a Madrid puede Ud. solicitar un coche de alquiler en la entrada. Pero si Ud. no está muy apurado yo tengo mi vehículo en el estacionamiento así que puedo acercarlo a la ciudad, dentro de diez minutos termina mi jornada, así que si no le molesta esperar unos minutos... ” dijo ella, de un tirón, como si de repente hubiese tomado una decisión y la exteriorizase toda seguida para luego no poder arrepentirse.

 

“¿En serio haría eso Ud. por mí? Para mí sería un gran honor no sólo que me acercase sino que también me señalase algunos lugares que pueda visitar en estos dos días, pero no quiero que molestarla en lo más mínimo”.

 

“Por favor, no es ninguna molestia, para mí también es un honor poder colaborar con Ud. ¿Acepta?”

 

“Por supuesto”.

 

“Pues bien, detrás de esas puertas hay una cafetería, pídase algo y dentro de unos quince minutos me reúno con Ud. allí”.

 

“Perfecto”, dijo él. La miró y extendió su mano “El pasaporte...”.

 

Ella se sorprendió, no recordaba no habérselo devuelto, lo tomó de encima del mostrador, le estampó el sello de entrada y con una amplia sonrisa se lo entregó “Muchas gracias y nuevamente bienvenido”.

 

“Muchas gracias a Ud.” dijo él mientras guardaba el pasaporte y los papeles en el maletín, tomaba éste y se dirigía hacia la puerta señalada.

 

El viajero se dirigió a la cafetería, se acomodó sobre una butaca, solicitó un café a la camarera y se decidió a esperar. Habían transcurrido unos veinte minutos cuando ella apareció por otra puerta. Yo no llevaba el uniforme de Migraciones. Ahora vestía como si fuese una colegiala, con dos trenzas cayendo a los lados de su cabeza.

 

“¿Vamos?” preguntó.

 

Él tomó el maletín y siguió sus pasos.

 

 

Ambos iban en el automóvil, conversando de sus países, de la tarea que él iba a desarrollar y de mil asuntos más. Parecían conocerse de muchos años.

 

Ya estaban ingresando a la ciudad.

 

Él la miró mientras ella conducía con la vista fija en el tránsito, que era bastante abundante dado que era viernes por la noche. Su perfil se dibujaba contra las luces de los vehículos que circulaban en sentido contrario.

 

“No sé si será demasiado atrevimiento de mi parte, pero sería un placer si aceptase mi invitación para cenar juntos en el lugar que Ud. decida. Si no acepta lo sabré comprender ya que debe estar muy cansada luego de un largo día de trabajo y debe estar deseosa de llegar a su casa para ducharse y cambiarse. Pero me permito tomar la iniciativa de invitarla, si Ud. no tiene otro compromiso, ya que no es agradable cenar solo y menos en una ciudad desconocida”.

 

Ella giró la cabeza, lo miró en la penumbra del habitáculo del vehículo, sonrió: “Para mí también sería un placer. Si no le parece mal, pasamos por mi casa que nos queda de paso ya que está en los suburbios y luego lo alcanzo al hotel y combinamos para ir a cenar, ya sea en el mismo hotel o en otro lugar. ¿Qué le parece?”

 

“Perfecto” contestó el viajero “lo que Ud. disponga me parece perfecto”.

 

El coche siguió rodando y ambos se sumieron en sus propio pensamientos.

 

 

Ella acercó el coche a una vivienda residencial rodeada de un hermoso jardín. Enfrentó un portón metálico, lo abrió utilizando un control remoto y estacionó sobre el jardín a la entrada del garaje, cerrando el portón.

 

“Desea una copa, mientras me ducho y me cambio” interrogó ella.

 

“Sería un placer” respondió y ambos bajaron del vehículo dirigiéndose a la entrada de la vivienda.

 

Luego que ella abrió la puerta ambos ingresaron a un espacioso living adornado con un juego de sillones, una mesita sobre la cual había una cierta cantidad de fotografías y un bar.

 

Señalándole este último le dijo “Sírvase lo que guste. Enseguida vuelvo” y se dirigió resueltamente hacia el interior.

 

El viajero se acercó a la mesita y observó detenidamente las fotografías, especialmente dos de ellas. En una aparecían dos jóvenes mujeres, en la restante aparecía una tercera. A partir de ese momento ya no tuvo ninguna duda. Estaba en el lugar correcto.

 

Se sacó el saco, se sirvió un whisky y se sentó en un sillón. Cruzó una pierna sobre la otra balanceándola lentamente. Movió el vaso girándolo y la dorada bebida circulaba dentro como si fuese un remolino. Así pasaron unos treinta minutos en que el viajero estuvo sumido en sus pensamientos.

 

 

Ella reapareció elegantemente vestida. Él se incorporó y dirigiéndose hacia ella le dijo “Esta Ud. bellísima” y adelantó su mano, tomando la derecha de ella la elevó hacia sus labios y estampó un beso en el dorso de la misma.

 

Hacía mucho, muchísimo tiempo que ella no recordaba haber recibido un gesto tan galante y esa sensación la envió hacia atrás, muy hacia su pasado.

 

La rapidez de los movimientos del hombre, la sorpresa que le produjo y el ensimismamiento en que estaba sumida le impidieron reaccionar cuando él actuó.

 

En el mismo momento en que estampaba el beso, con la otra mano extrajo un par de esposas de su bolsillo, colocó la argolla alrededor de la muñeca derecha de ella, le tomó la otra mano, sin soltar la primera y cerró la segunda argolla sobre la otra muñeca. Los brazos quedaron unidos sobre su vientre. En un movimiento veloz giró el cuerpo de ella, la aplastó contra el suyo y tapó su boca con la mano derecha, con la izquierda le introdujo en la boca un pañuelo hecho una pelota y luego le colocó otro pañuelo como una mordaza atándolo sobre su nuca.

 

Cuando ella quiso reaccionar ya estaba esposada y amordazada. Con mucha amabilidad él la tomó del brazo y la condujo frente a uno de los sillones. En ese momento apretó su brazo, garfios de acero se cerraron sobre sus carnes estrellándola contra los huesos. Un dolor insoportable surgió del brazo y explotó en su nuca. Ella retorció su cuerpo y él aflojó la presión. Tiró hacia abajo, obligándola a arrodillarse sobre el suelo. La tomó de los cabellos y la hizo erguirse sobre sus rodillas. Cuando estuvo en la posición que el extraño quería, la soltó, se colocó frente a ella, le levantó la barbilla de manera que ella lo mirase y desde la inmensa altitud opresiva de su cuerpo le estrelló en su rostro:

 

“Yo digo las cosas una sola vez. No pretendo causarte ningún daño, no me obligues a hacer lo que no quiero. No te voy a perdonar ni una sola mentira ni una sola desobediencia”.

 

No eran palabras, eran latigazos que se estrellaban contra su cuerpo. El extraño fijaba las reglas de juego con la tranquilidad de saber que dominaba la situación totalmente.

 

El extraño se agachó, tomó sus muñecas y revisó que las argollas estuviesen bien cerradas, luego se deslizó a sus espaldas y ajustó el nudo de la mordaza, luego tomó los bordes de ésta y la acomodó sobre la cara de ella. Luego la empujó desde los hombros haciendo que se sentara sobre sus piernas recogidas.

 

Conforme con su tarea, se dirigió hacia el sillón, se sentó, tomó el maletín y extrajo un libro.

 

Ella lo miró extrañada, estaba forrado en cuero, sobre su tapa se leía en letras doradas: “José Hernández - MARTÍN FIERRO”.

 

El extraño abrió el libro, cruzó las piernas, comenzó a bambolear unas de ellas y se dedicó a la lectura.

 

Ella lo miró. Se sentía extraña, desubicada. Pocas veces en su vida se había dado el lujo de perder el control de la situación y ahora se veía atada y amordazada a merced de un extraño que se había metido en su casa y en su vida.

 

A medida que el tiempo pasaba su nerviosismo crecía. La incertidumbre de los objetivos de aquel extraño la ponían muy mal. Por su cabeza daban vueltas mil y una hipótesis. Si hubiera querido robarle no estaría leyendo tan tranquilo. Si la hubiese querido violar o dañar ya lo hubiese hecho y no estaría ahí impávido como si estuviese esperando algo.

 

Fijó su vista en la cara de él, Ni un solo músculo se movía, estaba sumergido en la lectura y sólo se notaba el movimiento de los ojos recorriendo los párrafos y las manos dando vuelta las hojas. Cada tanto su pierna derecha cruzada sobre la izquierda se bamboleaba lentamente.

 

La incertidumbre la enloquecía, pero el lejano tic tac de su reloj crispaba aún más sus nervios que estaban a punto de estallar.

El extraño parecía no prestarle atención. En un momento se acalambró y movió ligeramente su cuerpo sólo para acomodarse mejor. En un instante, de dos zancadas el extraño estuvo a su lado y con una firmeza increíble le tomó su barbilla levantando su cabeza. Nada dijo. Sólo la miró a escasos centímetros de su rostro. El fulgor de esos ojos profundamente azules le taladró los suyos y la mirada explotó en el fondo de sus sienes.

 

No necesitó decir nada, su mirada era suficiente. El extraño la dejó y volvió a sentarse y continuó leyendo. En un momento se levantó, tomó un cenicero, extrajo un paquete dorado de cigarrillos, tomó uno, lo prendió y exhalando una voluta de humo, la miró y dibujó una socarrona sonrisa en su rostro. La burla se revolvió en sus entrañas, llevándola al paroxismo. El estado de nerviosismo era total y ella se dio cuenta que no solo no dominaba la situación sino que ni siquiera se podía dominar ella misma.

 

Los nervios la llevaron a que comenzara a respirar con dificultad. Abría la boca todo lo que podía para tratar de inhalar, pero la mordaza se lo impedía y el pañuelo que tenía dentro de su boca se la había secado provocándole una sensación muy difícil de soportar.

 

El extraño advirtió el ritmo alocado de su respiración. Dejó el libro a un lado, la miró:

 

“¿Te molesta la mordaza?”

 

Ella asintió con violentos movimientos de cabeza de arriba hacia abajo.

 

“¿Vas a gritar?”

 

Ella negó con violentos movimientos de cabeza de derecha a izquierda. Sabía que aunque gritase nadie la iba a escuchar. Su casa estaba rodeada por jardines y alejada de las restantes.

 

“¿Vas a obedecer?”

 

Ella asintió con la cabeza.

 

“¿Te vas a portar bien y a no causar problemas?”

 

Ella volvió a asentir.

 

“Recordá que no pienso perdonarte ni una sola desobediencia ni una sola mentira. ¿Entendiste?”

 

Ella volvió a asentir.

 

Él se levantó, se dirigió a la espalda de ella, aflojó el nudo y luego le retiró la mordaza. A continuación introdujo un par de dedos en su boca y comenzó a sacar el otro pañuelo. Ella estuvo tentada de morderlo, pero desistió ya que se dio cuenta que no iba a lograr nada.

 

Él se colocó frente a ella:

 

“¿Estás mejor así?” preguntó.

 

“Sí” fue la respuesta de ella.

 

Él volvió a sentarse, tomó el libro y continuó leyendo.

 

Las preguntas se amontonaban de a cientos en su mente y las disparó sin interrupción, una tras otra:

 

“¿Por qué? ¿Qué te hice? ¿Qué querés? ¿Qué me vas a hacer? ¿Quién sos?”

 

Él solo levantó ligeramente la vista y con firmeza dijo:

 

“No recuerdo haberte preguntado nada y acá el único que pregunta soy yo. Tampoco recuerdo haberte dado autorización para que hables. Es la última advertencia que te hago”. Continuó con la lectura.

 

Habían transcurrido más de tres horas desde que él la aprisionara. Sus nervios no daban más. Una molesta sensación expansiva se generaba en su vientre y un pequeño dolor molesto se irradiaba desde allí. Se decidió a hablar.

 

“¿Puedo decir algo?”

 

“Te escucho” dijo él.

 

“Tengo... necesidad...” dejó ella la frase sin concluir.

 

“¿Necesidad de qué?”

 

El rojizo velo de la vergüenza la atrapó. Ella era consciente que cada segundo que pasaba, cada cosa que ella necesitaba la sometía más y más a la voluntad de ese extraño.

 

“Tengo necesidad de ir al baño” susurró casi imperceptiblemente ella.

 

Él dejó el libro abierto sobre el brazo del sillón, se acercó a ella y tomándola del brazo la ayudó a incorporarse. Con su mano en el brazo le inquirió “¿Dónde?”

 

“Hacia allá” respondió y comenzó a caminar.

 

Cuando llegaron al baño, ella entró y con el taco de su calzado trató de impulsar la puerta hacia atrás. La puerta rebotó contra el hombro de él y se abrió totalmente. Él la acompañó adentro, le soltó el brazo y se sentó sobre el borde de la bañera.

 

“¿Qué hace?” preguntó ella.

 

“Miro” contestó.

 

“Con Ud. acá no puedo”.

 

“O podés o te hacés encima, vos elegís”.

 

La sensación era incontrolable así que se resignó. Levantando los brazos le dijo “Así no puedo bajarme la ropa”.

 

Él se sonrió: “O podés o te la bajo yo, vos elegís”.

 

Su rostro se encendió. El rojo la dominó. Tratando de mantener la falda de manera que la cubriese lo más posible, con sus manos encadenadas bajó sus bragas hasta la altura de las rodillas y se sentó. La situación era increíble. Ella tratando de orinar y un extraño la estaba mirando a menos de dos metros sentado sobre el borde de su bañera. No aguantaba más así que dejó que su cuerpo se abandonase. Girando sobre si misma tomó un trozo de papel y agachándose se secó. Se paró, subió sus bragas como pudo tratando de no mostrar nada. Quedaron torcidas, le molestaban y eso sumó un nuevo factor de irritación. Se paró. Él también. Volvió a tomarla del brazo y juntos recorrieron el camino inverso.

 

Cuando llegaron, él observó el reloj: “Creo que es hora de cenar. ¿Dónde está la cocina?” Con un movimiento de cabeza ella indicó el camino. Hacia allí se dirigieron. “Prepará algo” le ordenó.

 

Eso superó todos los límites de su paciencia. “Pero que se piensa. Se mete en mi casa, en mi vida. Me ata, me amordaza. Me obliga a ir al baño con Ud. y ahora pretende que prepare la comida. ¿Pero quien se cree Ud. que es? ¿Está totalmente loco? Si quiere comer prepárelo Ud.”.

 

El se limitó a tomar sus cabellos, a apretar la mano sobre su brazo y a fijar su mirada sobre sus ojos. Acercó su cara y aumentó las presiones. Nada dijo. El cabello la obligaba a torcer la cabeza hacia atrás. El brazo le dolía horrores. Su mano hormigueaba. Empezó a dejar de sentirla. Se dio cuenta que estaba dominada y perdida. Nada podía hacer y su intento de rebeldía sólo la había perjudicado.

 

“Está bien” susurró y al instante sintió que la presión sobre su brazo desaparecía y el cabello estaba suelto. Al sentirse libre se dirigió a la nevera, la abrió y como puedo empezó a extraer cosas y a colocarlas sobre la mesa.

 

En un momento en que estaba de espaldas sintió su voz, firme, segura, cortante:

 

“Vamos a tener que convivir hasta el domingo a la noche, así que te sugiero que no hagas las cosas difíciles porque la única perjudicada vas a ser vos”. No eran palabras, eran mazazos. Recién en ese momento ella tomó conciencia de que durante más de dos días iba a estar a merced del desconocido. Su familia estaba afuera, de vacaciones. Sus compañeros de trabajo no la esperaban hasta el lunes. Estaba sola, no podía esperar ayuda de nadie. Estaba a merced del extraño y sólo podía brindarle ayuda ella misma.

 

El impacto de darse cuenta de la magnitud del tiempo la hundió. No había esperanzas. No tenía posibilidades. ¿Qué quería? ¿Qué buscaba? ¿Quién era? Sólo eran algunas de cientos de preguntas que no tenían respuesta y no sabía si algún día la tendrían.

 

Mientras la miraba, él tomó una pata de pollo de un plato colocado sobre la mesa y comenzó comer. Ella lo imitó. Su mano cayó sobre las de ella y el pollo rodó sobre la mesa.

 

“No recuerdo que me hayas pedido autorización para comer” dijo mirándola fijamente mientras sus mandíbulas se movían masticando la carne.

 

Ella bajó los ojos y susurró: “¿Puedo?”

 

“¿Puedo qué?”

 

“¿Puedo comer algo?”

 

“No, eso es preguntar y no pedir permiso. Te quiero escuchar como pedís permiso”.

 

La humillación la dominó. Estaba en su casa, en su cocina, era su comida y tenía que pedir permiso para poder comer. “¿Me da permiso para comer?”

 

“Por favor” respondió él.

 

“¿Cómo?”

 

“Que pidas por favor”.

 

Era terrible, se sintió aplastada contra el suelo, humillada, abatida.

 

“¿Me da permiso para comer, por favor?”

 

“Está bien, podés comer” fue su seca respuesta. Ello tomó el pedazo de pollo que había caído sobre la mesa y empezó a comer. La situación si no hubiera sido dramática era ridícula. Se vio pidiendo permiso para comer su propia comida, teniendo que llevarse los alimentos a la boca con las dos manos esposadas y encima la vista del desconocido no la abandonaba.

 

Con un pie corrió una silla y se sentó. No había pasado un segundo que él la había tomado del cabello y tirando hacia arriba la había obligado a pararse nuevamente. Ella entendió el mudo mensaje. Debía comer parada o pedir nuevamente permiso. Prefirió lo primero.

 

Terminaron de cenar. “Juntá las cosas y lavalas”.

 

Nunca nadie en su vida, desde su lejana infancia, la había mandoneado así, pero ella no respondió. No supo si no podía rebelarse por falta de fuerzas o no quería hacerlo. Hizo lo que él le ordenaba.

 

Cuando terminó, él la tomó del brazo y se dirigieron hacia el living.

 

Él la obligó a sentarse donde estaba antes y luego se sentó en el sillón.

 

La miró. “Voy a dormir un poco en este sillón. Te sugiero que hagas lo mismo. Se te ve muy cansada. ¿Te vas a portar bien o es necesario que te ate?” dijo señalando un barral del bar.

 

“No es necesario que me ate” respondió ella.

 

“¿Prometés portarte bien, dormir y quedarte donde estás sin moverte?”

 

“Lo prometo” dijo ella, acomodando su cuerpo sobre la alfombra y apoyando su cabeza sobre sus manos.

 

Él se paró, apagó las luces y sólo quedó encendida una lámpara de pié ubicada en un rincón. Se sentó en el sillón, acomodó su cuerpo de costado y se quedó quieto.

 

Ella simuló dormir y esperó que el reloj mostrase que habían transcurrido más de dos horas desde que el hombre se durmiese. Lentamente comenzó a girar el cuerpo hacia la puerta sin levantarse. Dio vuelta la cabeza y lo miró. El desconocido seguía durmiendo. Reptando silenciosamente se fue acercando a la puerta. Lentamente se acercaba a su libertad. La puerta cada vez estaba más cerca. Ya estaba al alcance de su mano. La esperanza se abrió paso en su mente. Comenzó a erguirse para abrirla, alzó sus manos hacia el pomo. Ya estaba.

 

Un mazazo increíble sobre sus hombros la arrojó contra el suelo. Desesperada dio vuelta la cabeza y lo vio. Estaba a menos de diez centímetros de su cara. Sintió la presión de su pie sobre su espalda y las palabras explotaron en sus oídos.

 

“Traicionaste tu promesa. Te dije que no habría perdón y no lo va a haber”.

 

Retiró el pie y tirando de sus cabellos la obligó a pararse, se agachó, la cargó sobre su hombro izquierdo y le rodeó las rodillas con el brazo.

 

Ella estaba perdida y lo sabía. En un intento desesperado comenzó a arquear el cuerpo, golpeando la espalda del extraño con sus manos esposadas y con su propia barbilla. Golpeó y golpeó.

 

Un latigazo se estrelló contra sus nalgas. El dolor la paralizo. No eran manos. Parecían garras de acero. Nuevamente sintió el impacto sobre las nalgas. El dolor fue profundo.

 

El extraño se agachó, tomó algo de al lado del sillón y comenzó a subir la escalera con ella a cuestas. Ya nada podía hacer. Si rodaban por la escalera, en esa posición y esposada, ella llevaría la peor parte, así que se resignó a su destino y aguardó.

El hombre con ella sobre su hombro ingresó a su dormitorio y delicadamente la colocó boca arriba sobre la cama, cruzada en ella.

 

Con ambas manos tomo sus pies y los giró. El violento cruce de las piernas la obligó a girar todo su cuerpo quedando boca abajo, con las manos esposadas bajo su vientre. A continuación él tiró de sus pies llevándolos hacia los pies de la cama. El cuerpo quedaba extrañamente cruzado. El hombre se arrodilló sobre el colchón y levantándola del cuello de la blusa le enderezó el cuerpo sobre la cama.

 

Él se retiró y la miró. Extrajo de su bolsillo el pañuelo negro con el que la había amordazado, lo trenzó con ambas manos, se colocó a horcajadas sobre ella y le pasó la tela sobre su frente. Cuando estuvo a la altura de sus ojos tiró hacia atrás, lo anudó en la nuca y apretó.

 

La más profunda oscuridad la invadió. El miedo la paralizó. No era la oscuridad, era la ignorancia. Era el no saber que pasaba. ¿Qué estaba haciendo el desconocido? ¿Qué le iba a hacer? Todos sus movimientos anteriores habían sido firmes y decididos como si respondiesen a un plan preconcebido. ¿Cómo seguía ese plan? ¿Qué sería de ella?

 

Nada se escuchaba. Nada sentía. El silencio la aplastaba. No podía medir el tiempo. ¿Qué preparaba? ¿Cómo iban a seguir las cosas? Ya nada, ni un rinconcito de su ser le pertenecía. Toda ella estaba bajo la voluntad del extraño.

 

De repente sintió su mano que tomaba las de ella y las llevaba hacia su cabeza. Cuando estuvo con los brazos estirados sintió el roce sobre sus palmas y se dio cuenta que la estaba atando. Pero no supo cómo ni de que manera.

 

A continuación el extraño se acercó a la altura de su cintura. Sintió que el colchón cedió bajo su peso y de pronto la enorme presión de una rodilla se abatió sobre su espalda. La fuerza la impedía moverse para nada. Sintió el roce delicado de sus manos sobre la cara externa de sus muslos hacia las rodillas y luego percibió que subían. Un ligero frescor avanzó sobre sus nalgas y tomó conciencia que le había levantado la falda. Trató de mover las manos hacia los lados y tampoco pudo. Estaba firmemente atada. Trató de arquear el cuerpo y sólo logró que la presión de la rodilla sobre su espalda fuese cada vez mayor. Ahora las manos se deslizaban sobre sus nalgas y sintió como sus bragas se enrollaban en el centro de ellas. ¿Qué intentaba hacer?

 

La respuesta le cayó de inmediato. No fue con la suavidad con las que la había desnudado, fue esa garra de acero que la había azotado cuando se había rebelado. Los golpes cayeron uno tras otro sin ninguna interrupción sobre una de sus nalgas desde la cintura hasta el nacimiento de los muslos. Luego fue la otra, esta vez de abajo hacia arriba. Era un castigo metódico, concienzudo. Las palmas no caían al azar, lo hacían siguiendo una meticulosa metodología de castigo. Primero una nalga, luego la otra, de arriba abajo, de abajo arriba. Ella perdió la cuenta. Un impresionante ardor se desprendía de su piel. El castigo comenzaba a hacer sus efectos. Ella no lo podía ver pero lo sentía, vaya si lo sentía.

 

Las lágrimas silenciosas comenzaron a brotar de sus ojos, absorbidas por la tela de la venda, pero pronto ese dique fue impotente para contenerlas y el salobre y caluroso líquido comenzó a derramarse sobre su rostro.

 

De pronto cayó en la cuenta que también sentía otra cosa. Un ligero calor, cada vez más intenso, se estaba originando en el bajo vientre y desde allí comenzaba a expandirse al resto del cuerpo. Decidió que no le iba a dar el gusto al extraño de que se diese cuenta de lo que sentía y apretó las piernas una contra otra. Trató de dominarse. No pudo. El calor crecía y crecía al ritmo de las palmadas que caían sobre sus nalgas. A medida que crecía el calor subía por su espalda a través de la columna y llegaba al cerebro. Allí explotaba y se irradiaba hasta la última célula de su cuerpo. Comenzó a transpirar. Su respiración se fue acelerando. Las palmadas caían cada vez más rápido. Comenzó a jadear.

 

Sintió como el extraño se hizo a un costado, se corrió hasta sus pies y tomándolos le abrió las piernas. Pensó en cerrarlas, pero ya no podía manejar su cuerpo invadido por la excitación que la poseía y la dominaba. Tampoco quería. Él nuevamente se colocó a la altura de su cintura y las palmadas volvieron a caer. Pero eran distintas. Se dirigían hacia la parte interna de sus nalgas y caían de abajo a arriba y luego fueron hacia la cara interna de la parte superior de sus muslos. Cada impacto provocaba descargas eléctricas que recorrían su cuerpo hasta estallar en su mente. Supo que no podía más y se abandonó. La humedad que nacía en su vientre era absorbida por sus bragas y la que escapaba al encierro se esparcía incontenible por sus muslos.

 

El extraño suspendió el castigo y se retiró de su lado. Ella no podía verlo pero se sentía examinada. Centímetro por centímetro de su piel era escrutado por la mirada del hombre. Quiso gritar. No, él no podía parar justo ahora. Estuvo tentada de suplicarle que siguiera. No la podía dejar así. Pero él nada hizo. Sintió que había estado a punto de estallar y ahora la tensión iba cediendo lentamente. Gruesas gotas de transpiración corrían por su frente. La salobre humedad se juntaba en el pañuelo y causaba un ligero ardor en sus ojos. La venda ya estaba mojada por sus lágrimas y ahora la transpiración terminaba de empaparla.

 

Sintió que el desconocido se colocó sobre sus piernas y dirigió sus manos hacia la cintura. Delicadamente tomó la cintura de sus bragas y tiró hacia abajo. Ella no se resistió. Él la retiró por sus pies y se incorporó. Al cabo de unos segundos una burlona risita se escuchó en la habitación. ¿Porqué se reía? De repente ella cayó en la cuenta. Con las bragas en sus manos el desconocido era consciente del grado de excitación y de humedad que la golpiza había provocado en ella. Las bragas debían estar empapadas. Cayó la última barrera. Nada de su alma permanecía virgen, toda su intimidad espiritual había sido violada. Ya no tenía secretos para el desconocido. Hasta sus anhelos más profundos le eran conocidos. En ese instante supo que no tenía escapatoria y abandonó todo resto de resistencia. Sabía que estaba totalmente en sus manos y sólo deseaba que él completase su tarea. Había llegado al umbral del goce, había podido acariciar el placer supremo con la yema de los dedos, su mente recordaba el orgasmo que no había sido y en su cerebro le suplicó al hombre que siguiese, que continuase, que la llevase nuevamente al altar de la lujuria, que sintiese en todas sus células esa explosión que anticipaba el clímax. Pero no, él se había retirado. No sabía que estaba haciendo. El silencio más absoluto se había apoderado de la estancia.

 

Ssssssssssiiiiiiiiiissssss. El violento siseo cortó el aire y su respiración. Rápidamente lo identificó. El cane. Varias veces lo habían usado con ella. La sola expectativa alteró nuevamente su respiración. El solo recuerdo de aquellas veces multiplicó su excitación y sus jugos corrieron -ahora libremente- por sus piernas.

 

El trueno explotó. Su cuerpo se arqueó en un ángulo increíble. Jamás había sentido semejante dolor en sus nalgas. No era el cane. No sabía lo que era. Flexible y redondo como el cane, sin embargo era más rígido y no era liso. Poseía algunas pequeñas protuberancias rugosas que estrellaban la piel contra los huesos. No pudo contarlos. Eran uno tras otro. A la derecha, arriba, a la izquierda, abajo. No había orden. No había plan. Era uno tras otro.

 

Pequeño quejidos fueron escapando de sus labios y cuanto más se quejaba más rápido e intenso era el castigo. Los quejidos se transformaron en ayes y los ayes en gritos.

 

El calor subió y subió, cada vez más intenso y explotó en todo su cuerpo. Sus pechos a punto de reventar de la excitación sólo marcaban el punto de no retorno. Sus pezones enhiestos se aplastaban contra el colchón.

 

El dolor del placer y el placer del dolor se entremezclaron y su garganta expulsó un profundo AAAAAAAHHHHHHHHH de placer. Su cuerpo se arqueó, sus manos tiraron de la cuerda hasta hacerle doler, sus piernas se estiraron en un apretado rictus de goce, todos sus músculos se contrajeron y su vientre se compactó expulsando el resto de su placer guardado. Tenía que viajar mucho en el tiempo para recordar un placer semejante.

 

Sintió las manos de él que se deslizaban delicadamente explorando sus nalgas. El dolor nuevamente se irradió provocándole un estremecimiento. Sintió que esas mismas manos le aplicaban un líquido que refrescaba sus carnes torturadas. Las manos trabajaron a conciencia repartiendo el líquido sobre toda la superficie castigada. El dolor fue cediendo. Cuando hubo terminado su trabajo se retiró.

 

Luego de unos instantes, él se acercó a su cabeza, con mucho cuidado le retiro el pañuelo de sus ojos. Le costó acostumbrase a la luz. Parpadeó repetidas veces. Cuando pudo abrirlos vio su cara a milímetros de sus ojos. La mirada era distinta, profunda, dura pero diferente. Pequeños destellos de cariño se desprendían de sus pupilas.

 

“No quería hacerte daño, pero me obligaste. Me alegro que te gustase y lo hayas disfrutado. Fue muy hermoso castigarte pero mucho más hermoso fue verte gozar. Desgraciadamente no puedo confiar en ti y no te puedo desatar”.

 

Ella no quería pero la verdad surgió indomable de lo profundo de su ser. Mirándolo con sus ojos llorosos un “Gracias” susurrado escapó de sus labios.

 

Él se sonrió, se acostó a su lado y cariñosamente le acarició sus cabellos. La trajo contra sí y la cobijó con su pecho. Un dulce beso se posó sobre los mismos. Ella levantó sus ojos y se miraron. Sólo había cariño en los ojos de los dos que se cruzaron miradas de pasión y comprensión.

 

La volvió a abrazar contra su pecho. “Sólo estoy haciendo lo que me pediste. Tenemos tiempo. Dos días más por delante. Seguiremos” dijo el extraño.

 

Ella no entendió sus enigmáticas palabras ni le interesaba entenderlas. Se abandonó contra su pecho y se durmió.

 

Él la miró con infinito cariño y la acomodó sobre la cama. Cuidadosamente a tapó tratando de no rozar la piel lastimada. Observó su respiración acompasada. Se paró y volvió a mirarla. Sonrió profundamente. Su plan se desarrollaba puntualmente como él lo había planeado. Con esa vencedora sonrisa en sus labios, giró hacia la puerta, apagó la luz y la cerró. Mañana era sábado y sería otro día. Y después del sábado estaba el domingo. Había tiempo suficiente para lograr lo que se había propuesto.

 

Ella despertó en medio de la noche, estaba cansada, su cuerpo le hizo sentir las huellas de lo pasado. Su mente comenzó a trabajar. De alguna forma tenía que encontrar la forma de salir de la situación en que estaba. Trató de mover los brazos pero no pudo hacerlo. Tomó conciencia de que estaba sólidamente atada. Siguió pensando en como salir. Sabía que la vía del enfrentamiento y la rebelión no servían, sólo lograría que él se enfureciese. No era el camino. En el recuerdo de los últimos instantes del día anterior, en el cariño con que el extraño la había tratado encontró la respuesta. Decidió acallar temporariamente a la leona que yacía dentro de ella y recurrir al arte mágico usado por las mujeres de todos los tiempos desde que el mundo es mundo, lo seduciría, desplegaría todas sus artes femeninas para dominarlo y así poder controlar la situación. Tranquila y feliz con la seguridad de que iba a ser la vencedora se durmió.

 

Su inconsciente supo que él había abierto la puerta del dormitorio para observarla varias veces durante la noche. El desconocido se preocupaba por ella. Ese dato fue la postrera confirmación que necesitaba para saber que el nuevo camino elegido era el correcto.

 

 

El sol ya estaba alto sobre el horizonte cuando ella abrió los ojos. Tenía el cuerpo entumecido por lo sucedido la noche anterior y por haber tenido que descansar sin poder moverse. Frente a ella, apoyado contra un mueble estaba él observándola atentamente.

 

Ella le sonrió. “¿Te traigo el desayuno?” le preguntó él. “Bueno, pero antes quisiera ir al baño” fue la respuesta de ella.

 

“Sin tretas” afirmó el extraño.

 

“Sin tretas” sonrió ella.

 

Él soltó la cuerda y -tomándola del brazo- la ayudó a incorporarse y la acompañó al baño. Ella entró y cuando esperaba que él hiciera lo mismo, el extraño cerró la puerta quedando del lado de afuera. Ella miró la puerta y reparó que él había quitado durante la noche la cerradura evitando toda posibilidad de que ella se pudiese encerrar. Se sonrió, había dado un paso adelante en su intento de lograr la confianza del desconocido.

 

Cuando ella salió, él volvió a tomarla del brazo y la llevó nuevamente al dormitorio. La dejó allí sin atarla, cerró la puerta y luego de unos instantes volvió con una bandeja con el desayuno. Ella ratificó que su plan avanzaba y mientras comió con ansias -estaba hambrienta- decidió jugar al límite.

 

Cuando finalizó, él tomó la bandeja y la apoyó sobre un mueble.

 

Ella sonrió y con voz susurrante y seductora le dijo “No sé porque estás haciendo esto, pero te quiero agradecer lo de anoche. Hacía mucho tiempo que no gozaba tanto”.

 

Él le sonrió y ella siguió: “¿Puedo agradecértelo?” Sin esperar su respuesta se incorporó, alzó los brazos esposados, los pasó por sobre la cabeza de él, los apoyó en su cuerpo y lo atrajo, luego posó un suave beso sobre sus labios y apoyó la cabeza sobre el hombro masculino, abrazando fuertemente al desconocido. Él respondió el gesto y tomándola por la cintura también la abrazó. La cara de ella no se inmutó, pero en su cerebro se dibujó una sonrisa de satisfacción. Estaba avanzando y muy rápido. Sintió que los tantos se equilibraban y decidió seguir avanzando.

 

Sin levantar la cabeza apoyada en el hombro susurró “¿Puedo pedirte un favor?” Solo el silencio le respondió pero sintió en su espalda que su abrazo se hacía más intenso. “Ámame” suplicó “anoche fui feliz pero me faltó tu amor”.

 

La reacción fue inesperada. Él se revolvió. Sacó la cabeza de dentro de los brazos de ella y tomándole fuertemente la barbilla la taladró con la mirada. Las palabras firmes y cortantes cayeron sobre ella “Traidora, yo sé que tu corazón pertenece a otro hombre. ¿De qué amor me estás hablando?”.

 

Su inteligencia a toda velocidad buscó la salida “No te estoy ofreciendo ni mi amor ni mi corazón. Sé que ellos son de otro hombre y así seguirán siéndolo por un tiempo. Sólo te estaba pidiendo tu cuerpo y ofreciéndote el mío” dijo, bajando la cabeza.

 

Él no le respondió, la tomó del brazo y la llevó hacia la cama, le tomó un brazo y se lo ató a un barral de la cama, liberó las esposas y le sacó la prenda que cubría su torso, la que quedó amontonada sobre la muñeca atada. Luego hizo lo propio con el sujetador. Sus pechos enhiestos quedaron al descubierto pero él ni los miró. Ató la mano libre al mismo barral y liberando la otra terminó de quitarle las ropas. Volvió a esposarla, la acostó boca abajo y volvió a atar sus manos. Ella supo que el extraño sabía muchas más cosas de ella de las que había podido suponer. La conocía y bastante. La noche anterior la había castigado como si supiese cuales eran sus gustos y deseos y ahora le demostraba que también conocía la intimidad de su amor. Pero no se iba a dar por vencida. Recuperaría el terreno perdido y vencería. Vaya si vencería. No cejaría hasta que ese desconocido que había irrumpido en su vida, pasase sus días en el último infierno.

 

Él se acercó con el pañuelo y volvió a vendar sus ojos. Ella sintió que se arrodillaba a su lado, a la altura de la cintura y su piel experimentó el conocido impacto de sus palmas cayendo sobre sus nalgas desnudas. Pero no fue como la noche anterior. Esta vez los impactos comenzaron suavemente y fueron creciendo en ritmo e intensidad a medida que el tiempo iba pasando. Nunca supo cuanto duró el castigo pero ella sintió como ese calor que le era tan familiar y placentero comenzaba a gestarse en el centro de su vientre y desde allí se irradiaba al resto del cuerpo.

 

De repente el castigo cesó. Ella sintió como sus pasos se alejaban y luego retornaba. ¿Qué iba a pasar? Estaba desorientada como la noche anterior y sintió como sus avances de antes se desmoronaban frente a la reacción del extraño.

 

El colchón cedió bajo su peso cuando el desconocido se sentó a su lado, cerca, muy cerca. Ella casi podía sentir el calor de su cuerpo a la altura de la axila. De pronto una sensación extraña muy extraña se desprendió del centro de su espalda, entre los omóplatos. Él la estaba acariciando. No era su mano. Él no la tocaba, estaba segura. La acariciaba con algo para ella desconocido. Un cosquilleo eléctrico se inició y fulguró en su pecho. La sensación fue descendiendo, junto con la caricia, desde su cuello, por el medio de la espalda, la cintura, el centro de una de sus nalgas, su muslo, su pierna, el talón, volvió a subir, lentamente, muy lentamente. Ella le quiso gritar que se apure, que profundizara la caricia. La sensación subió por su pierna, alcanzó su nalga, pasó a la otra. Estaba segura que no era su mano. ¿Qué era eso que le provocaba esas miles de sensaciones maravillosas y desconocidas? Bajó por el otro muslo, su pierna el talón, volvió a subir, llegó a la cintura, se detuvo, se profundizó, bajó hasta cerca del centro de sus nalgas, se acercó a la cara interna de sus muslos. Ella inconscientemente abrió las piernas. Si lo hubiese podido ver ella sabría que el extraño había sonreído. La sensación bajó por la cara interna del muslo hasta la rodilla. Ahora era profunda, inmensa, sentida hasta el paroxismo. Volvió a subir, pasó a la otra nalga y siguió el mismo camino interno por el otro muslo. Retornó a la cintura y desde allí decidida y profundamente se internó por el centro de sus nalgas, lenta muy lentamente. Más, más, más rogaba su mente. El extraño hizo revolotear la sensación en el centro de sus nalgas en la unión con sus muslos. Ella ya no podía más. Apretó sus labios en una mueca de placer contenido. La sensación subió por un costado de su pecho, revoloteó sobre el lateral de uno de sus senos, cruzó la espalda, se deslizó sobre el otro, bajó por su espalda, recorrió el surco de sus nalgas y de pronto esa maravillosa y desconocida sensación se internó en su entrepierna provocando un estallido de luces y colores en su mente.

 

El gutural grito del deseo satisfecho retumbó en la silenciosa habitación y él siguió y siguió. Basta, basta, reclamó su ahora torturada humanidad. Como si el extraño la hubiese escuchado, la sensación ascendió por sus nalgas, su espalda y se perdió en dirección a su cabeza, desapareciendo.

 

El desconocido se levantó, se alejó y ella sintió el suave golpe de la puerta al cerrarse.

 

Se abandonó al placer recibido y se durmió.

 

 

Ya era muy avanzada la hora en la tarde del sábado, cuando ella despertó. Por la ventana el sol ya había comenzado su descenso sobre el horizonte. Se sintió descansada. No tenía la venda. Sus manos estaban esposadas pero sin atar. Su confianza renació. No estaba todo perdido. El desconocido confiaba en ella como para haberla dejado sin atar.

 

La puerta se abrió y él entró. Traía en sus manos una bandeja con comida. Sin una palabra se la alcanzó.

 

“Gracias” murmuró ella. Alzando sus brazos esposados “Juro que me voy a portar bien. Me duelen mucho las muñecas. Por favor” suplicó.

 

El extraño la miró a la profundidad de sus ojos, metió una mano en su bolsillo, sacó la llave, le quitó las esposas y las guardó en el bolsillo. El corazón de ella explotaba de alegría en su pecho. Había ganado su confianza. Debía seguir por ese camino, pero cuidadosamente, un nuevo error como el del mediodía podía serle fatal. Debía recordar que él sabía mucho de ella y ella nada de él.

 

Se dedicó a la comida. Cuando terminó le alcanzó la bandeja. Lo envolvió con una mirada profunda, seductora, dulce, envolvente “Estoy muy cansada, pero mucho más feliz. Gracias. Hiciste nacer en mí sensaciones desconocidas. Pocas, muy pocas veces en mi vida me sentí de esta manera. No puedo comprender como puede ser que le deba todo esto a alguien que no sé quien que, ni que quiere, ni porque se metió en mi vida, pero igual te lo agradezco”. Una tenue sonrisa acompañó sus palabras. Ella apoyó sus manos liberadas sobre las piernas del extraño, que instantáneamente se puso en guardia, envarando su cuerpo.

 

“Prometí portarme bien y lo voy a hacer. Sé que no te puedo pedir que confíes en mí, pero te aseguro que no haré nada contra ti” murmuró ella.

 

Él se aflojó y tomó las manos de ella con las suyas en un cariñoso gesto y le sonrió. Ella supo que iba bien, se paró, se acercó a él y sin soltarle las manos, depositó un leve y cariñoso beso sobre sus labios. “¿Puedo descansar?”. Él asintió con un gesto. Ella se levantó, se dirigió a la cama y se acostó de costado, de frente a él, pero ocupando sólo la mitad opuesta del lecho. Era una muda invitación a su compañía. ¿La entendería?

 

El desconocido se levantó, se sacó la camisa, los pantalones y los zapatos y se acostó junto a ella boca arriba. Pasó su brazo bajo el cuello de ella, la atrajo contra sí, hizo que apoyara la cabeza sobre su velludo torso, cruzó el otro brazo sobre su espalda, la abrazó y la apretó. Ella colocó los brazos a los lados del pecho del hombre y se abandonó. Con voz apenas perceptible los labios del extraño murmuraron “Duérmase mi niña, duérmase mi sol...” La melodía de aquella lejana canción infantil la envolvió y la llevó hacia los lejanos recuerdo de su infancia.

 

Cuando ella retornó de su viaje al pasado, la rítmica y regular respiración del extraño le dijo que se había dormido. Examinó la situación, los brazos de él la rodeaban, el peso de su pecho y su cabeza estaban sobre el pecho de él. Era muy difícil que ella pudiese moverse sin que él lo notase por más dormido que estuviera. No iba a volver a cometer el error de la noche anterior cuando, creyéndolo profundamente dormido intentó escapar. Supo que había avanzado mucho muchísimo, pero todavía debía esperar un poco más. Se abandonó y se durmió sabiendo que dominaba la situación..

 

 

Ella se despertó cuando sintió un brusco movimiento en su brazo. El sol ya se estaba levantando sobre el horizonte de esa mañana dominguera. Abrió los ojos y vio que el extraño, ya vestido, estaba esposando una de sus muñecas a uno de los barrales de la cama. Supuso que era el inicio de otro ritual de dolor y placer. Lo dejó hacer confiada en la superioridad lograda el día anterior.

 

El desconocido se dirigió al otro lado de la cama y esposó la otra muñeca al otro barral. Luego tomó el pañuelo y volvió a vendarla. Ella no entendía muy bien. La angustia volvió a nacer en su pecho pero ella le impuso la fuerza de la confianza lograda.

 

El silencio era opresivo. Nada se escuchaba. De pronto ella escuchó el restallido del cuero sobre el piso. Conocía ese sonido y lo odiaba. Volvió a escucharse el sonido. El desconocido estaba estrellando las lonjas del látigo contra el piso. ¿Para que lo hacía? De pronto lo supo. Él sabía que a ella no le gustaba ser azotada con ese instrumento. ¿Hasta eso conocía el extraño de ella? ¿Cómo podía ser? Ese era un secreto de ella y de otros que habían estado en su vida y de alguien que aún permanecía en su corazón. ¿Cómo lo sabía el desconocido? En ese instante se sintió perdida. Supo que lo sucedido el día anterior no lo había ganado ella, él se lo había dejado ganar. También supo que nunca había manejado la situación. Él quiso que ella sintiese que ganaba para que se confiase pero ella jamás había estado ganando.

 

Sintió avanzar los pasos del desconocido. Sintió que se detuvo. El silencio fue traspasado por el sisear del cuero descendiendo vertiginosamente y estrellándose contra la piel desnuda de sus nalgas. Ella sintió el odiado dolor. Se sabía perdida pero iba a aguantar. Él no iba a escucharla vencida. Lucharía hasta más allá de sus fuerzas para no darle el gusto de verla derrotada. Uno tras otro, lacerantes y cortantes los golpes cayeron de un lado, del otro, de arriba, de abajo. Ella supo que no podía más.

 

“Basta, por favor, basta. No puedo más. Basta” suplicó.

 

El hombre se detuvo. Detrás de su venda, la voz le trajo la extraña revelación.

 

“El castigo va a durar hasta que vos lo quieras. Cuando aceptes mi exigencia cesará”.

 

“Lo que quieras, estoy dispuesta a hacer lo que quieras. ¿Qué deseas de mí?” inquirió ella.

 

“Una firma, sólo una firma” dijo él.

 

“¿Una firma?” la voz desorientada de la mujer reveló su sorpresa ante el extraño pedido.

 

“Sí, sólo una firma en un papel, mejor dicho, dos firmas, una en cada papel” respondió él.

 

“¿Qué dicen los papeles?”

 

“Eso no te importa. Solamente te puedo decir que uno es copia del otro. Es uno para ti y otro para mí. No son papeles comerciales ni tienen ningún valor legal. Sólo valen para nosotros dos. A nadie más le incumben. Sólo a ti y a mí. ¿Vas a firmar?”

 

“No puedo firmar lo que desconozco” afirmó ella, sacando fuerzas de donde no las tenía.

 

“Muy bien, tú lo quisiste”.

 

Ella sintió que el extraño se dirigía a los pies de la cama. Tomó uno de sus pies y lo ató a la esquina. Tomó el otro e hizo lo mismo en la otra esquina. Su cuerpo quedo abierto en cruz.

 

¿Y ahora? se preguntó ella cuando comenzó a sentir esa deliciosa sensación de cosquilleo que nuevamente se deslizaba por su piel.

 

Los segundos transcurrieron lentamente. Ella supo que el extraño estaba deliberadamente retardando su goce. Iba y venía, la excitaba, pero su actitud era medida y cuidadosa. Luego de un interminable tiempo de sentir esas sensaciones se abandonó, la suma de los estímulos la estaba llenando. Sintió que la ola imparable se gestaba en sus entrañas, estaba llegando, la explosión final estaba ahí, un segundo más y llegaría. Su sangre hervía. No podías dominar su cuerpo. Un estremecimiento profundo la sacudió.

 

El extraño se detuvo. El golpe cayó en diagonal sobre el centro de sus nalgas. Los extremos del látigo se perdieron entre las caras internas de sus muslos. La sensación agobiante del placer casi alcanzado fue abruptamente abortada por el dolor lacerante de la carne magullada. Otro golpe cayó en el mismo lugar desde el otro lado. Era el final. Eso no lo podía resistir. La acumulación de sangre provocada por la excitación multiplicaba al infinito la dolorosa sensación del castigo que recibía. Se entregó en manos del destino.

 

 

El viajero observó detenidamente el cuerpo desnudo que yacía en la cama. Dormía profundamente. Sobre sus nalgas y muslos brillaba la crema que él le había aplicado. Las piernas estaban ahora libres. Él se acercó a la cabecera, revisó las ataduras de las manos y sonrió satisfecho. Estaban bien hechas y muy seguras. Se agachó sobre su cabeza y depositó un suave y cariñoso beso sobre su frente y acarició sus cabellos. Un silencioso “Te quiero” surgió de sus labios. Cuidadosamente cubrió su cuerpo con la manta. Se retiró a un costado y la volvió a observar. Se agachó, tomó su maletín y extrajo cuatro objetos que depositó sobre un mueble cerca de la cabecera.

 

La miró. Silenciosamente, con su mente, dibujó en letras de molde su postrer homenaje. “Fuiste una combatiente aguerrida. La leona indómita que yace en tu ser luchó hasta el final sin rendirse. Fuiste una honesta y valerosa adversaria. Te brindo mi homenaje de respeto y admiración por tu coraje y tu valor. Tu yo íntimo no se rindió y jamás será vencido. Ojalá las demás tuvieran tu entereza, tu fuerza y tu decisión. Siempre supiste que ibas a ser vencida y sin embargo, batallaste hasta el final y el león jamás se rindió. Sabés lo que querés y sabés como luchar por obtenerlo. Lo tendrás. Adelante, mi brava, la victoria es de los luchadores. No te permitas caer ni siquiera en las largas noches de melancolía y tristeza. De la misma forma en que te resististe ante mí hasta el final, con esa misma fuerza y decisión, luchá por lo que quieres. Lo vas a lograr y la victoria final será tuya.”

 

Con su última mirada un par de pequeñas lágrimas rodaron por su rostro acompañando el mudo homenaje de respeto y admiración.

 

Él sabía que no iba a transcurrir demasiado tiempo sin que la buscaran. Al día siguiente, lunes, sus compañeros de trabajo o sus familiares extrañarían su ausencia y la irían a buscar. Eso si ella no lograba liberarse antes.

 

Miró su reloj, tomó su maletín, fue hasta la puerta y silenciosamente la cerró sin volver la vista atrás.

 

 

Así se fue el viajero como había llegado.

 

Abrió la puerta de calle, la traspuso y la cerró. En ese momento reparó en el coche. Había permanecido todo el fin de semana sobre el jardín sin ingresarlo en el garaje. Había cometido un tremendo error. Ese detalle podría haber llamado la atención de algún vecino y echar por la borda todo su meticuloso plan.

 

Miró a un lado y al otro. No parecía haber signos de alarma. El tiempo apremiaba. Lo dejaría allí.

 

Cruzó el jardín, traspuso la reja de entrada, cruzó la avenida y detuvo un auto de alquiler. “Al aeropuerto” le dijo al chofer “estoy apurado”. Raudamente el vehículo cruzó la ciudad y se dirigió a su destino.

 

El viajero ingresaba al hall de la estación aérea cuando los altoparlantes irrumpieron con su metálica voz: “Aerolíneas Argentinas anuncia la partida de su vuelo AR 1438 con destino a la ciudad de Buenos Aires, con escala intermedia en la ciudad de San Pablo. Se ruega a los señores pasajeros se dirijan con el ticket de embarque hacia la puerta 4”.

 

El viajero se dirigió rápidamente hacia el mostrado de la empresa, cuando la voz metálica insistió: “Este es el último aviso de embarque para los pasajeros del vuelo AR 1438 con destino final en la ciudad de Buenos Aires y escala intermedia en la ciudad de San Pablo. Embarque por puerta 4”.

 

El anónimo viajero se dirigió hacia la puerta, ingresó en la manga y ascendió al avión. La sonrisa profesional de la azafata lo recibió y lo guió a su asiento.

 

Se sentó, se ajustó el cinturón y se abandonó al sueño. El cansancio acumulado durante esos días lo desmoronó y se durmió.

 

 

La voz metálica lo despertó: “Damas y caballeros. Estamos iniciando el descenso de aproximación al aeropuerto de San Pablo. Los pasajeros en tránsito deberán permanecer a bordo. Muchas gracias”.

 

El viajero se incorporó en su butaca, miró por la ventanilla y a lo lejos pudo ver el difuso dibujo de la costa nordestina brasileña.

 

Una agradable sensación de seguridad lo dominó. Dirigió su mano al bolsillo y extrajo un papel cuidadosamente doblado y lo leyó:

 

 

“Yo, Karen Renée, alias Krenee 31, alias Campanita, de nacionalidad española, mayor edad, plenamente capaz para este acto, en el total uso de mis facultades físicas y mentales, asegurando que me encuentro libre de toda presión o coacción que pudiera afectar mi discernimiento, mi libertad o mi voluntad, solemnemente declaro ante toda la comunidad spanko del planeta Tierra -jurando cumplirlo y poniendo como prenda de mi palabra mi espíritu spankee- que:

1) Jamás he sido víctima de agravio o ataque alguno por parte de mi adversario.

2) Reconozco que los términos que él me ha dirigido fueron vertidos sin ninguna intención injuriante y agraviante, aceptando que los mismos obedecieron a una demostración de reconocimiento y respeto.

3) La guerra que he declarado lo ha sido de manera unilateral, arbitraria e injustificada, pues mi adversario no me había dado motivo alguno para ello.

4) Ante el desarrollo de los hechos ofrezco a mi adversario mi rendición incondicional, solicitando el inmediato cese de hostilidades.

5) Si se aceptase el ofrecimiento del punto anterior, me comprometo a no reiniciar los ataques durante todo el transcurso de este año 2002.

 

Yo, Carlos Enrique, alias Charlygaucho, de nacionalidad argentino, mayor edad, plenamente capaz para este acto, en el total uso de mis facultades físicas y mentales, asegurando que me encuentro libre de toda presión o coacción que pudiera afectar mi discernimiento, mi libertad o mi voluntad, solemnemente declaro ante toda la comunidad spanko del planeta Tierra -jurando cumplirlo y poniendo como prenda de mi palabra mi espíritu spanker- que:

1) Acepto sin condiciones la rendición incondicional ofrecida por mi adversaria así como el cese de hostilidades solicitado.

2) Me comprometo a suspender todo movimiento bélico a partir de este momento.

3) Acepto el ofrecimiento del cese de hostilidades y lo extiendo a mi persona, comprometiéndome a no reiniciar las mismas durante todo el transcurso de este año 2002.

4) Dejo expresa constancia de mi reconocimiento a la valentía, hidalguía y honradez de mi adversaria, manifestando públicamente que se ha batido con bravura y coraje y que su rendición no implica demérito ni menoscabo alguno de sus virtudes y valores.

5) En prueba de este reconocimiento le he dejado en plena propiedad, con total facultad de que los use o los haga usar, ya sea sobre sí o sobre quien ella determine, las armas utilizadas en el combate, a saber: un rebenque, una tacuara y una pluma de ñandú.

 

Ambas partes concuerdan en que este armisticio no abarca -y por ello se encuentran expresamente excluidos del cese de hostilidades acordado- todos los castigos que Charly le pudiese propinar a Campanita por cualquier medio de tecnología electrónica que existiese y todas las artimañas o tretas que ella pudiese utilizar para evitarlos.

 

Dado y firmado en dos ejemplares -quedando uno de ellos en poder de cada parte- de idéntico tenor y a los mismos efectos, en la ciudad de Madrid, Reino de España, a los nueve días del mes de octubre del año dos mil dos.”

Debajo del texto lucían dos firmas ilegibles.

 

El viajero anónimo recordó el bello cuerpo de la mujer yaciente que había dejado atrás y la espléndida luminosidad de su transparente espíritu y suspiró melancólicamente.

 

 

 

 

La fuente de inspiración surgió de una película de Almodóvar que se llama “Átame”. Obviamente debe contener muchos errores e inexactitudes pues no conozco ni España ni Madrid.

 

 

 

 

 

 

 

El viajero anónimo (continuación)

 

Por Krenee

 

Ella despertó.

Le dolía todo el cuerpo, pero a la vez sentía una profundísima paz interior, y una tremenda felicidad. Sensaciones que hacía muchos meses que no había sentido y que ahora volvían a ella provocadas por un misterioso personaje que demostraba conocerla muy bien, y a quien ella no conocía para nada..

 

Abrió los ojos con dificultad. Se extrañó de verse libre, sin ataduras. Buscó al misterioso viajero con la mirada..!No estaba allí!

 

Se decepcionó. No entendía nada.. No entendía porqué había venido el misterioso viajero a buscarla..¿Quién era? No entendía por qué se había marchado sin decir nada. No entendía cómo ella podía estar triste por su marcha. No entendía sus sentimientos.. Era un desconocido.. La había secuestrado en su propia casa, la había doblegado, dominado pero le había dado tanto cariño!!! Ella necesitaba mucho ese cariño, esa ternura. Y él, un perfecto desconocido se la había dado..

 

No había hablado demasiado con él en esos tres días, pero las pocas palabras que habían cruzado, a ella le habían dado seguridad, seguridad y fuerza.. Esa fuerza que últimamente ella no tenía para seguir adelante..

 

Karen no entendía nada, nada de nada...

 

Pensó en Tim y lloró.. Lloró durante mucho rato y deseó que él estuviera en esos momentos a su lado.. Pero en su cama, aún quedaban restos de la presencia del extraño desconocido.. Su olor, su calor, su ternura. La cabeza de Karen iba a estallar.......

 

Con gran dificultad se incorporó y entonces descubrió el papel.. Ese papel que el desconocido la había obligado a firmar y que ella no sabía qué era...

 

Se acercó a él y leyó:

 

“Yo, Karen Renée, alias Krenee 31, alias Campanita, de nacionalidad española, mayor edad, plenamente capaz para este acto, en el total uso de mis facultades físicas y mentales, asegurando que me encuentro libre de toda presión o coacción que pudiera afectar mi discernimiento, mi libertad o mi voluntad, solemnemente declaro ante toda la comunidad spanko del planeta Tierra -jurando cumplirlo y poniendo como prenda de mi palabra mi espíritu spankee- que:

1) Jamás he sido víctima de agravio o ataque alguno por parte de mi adversario.

2) Reconozco que los términos que él me ha dirigido fueron vertidos sin ninguna intención injuriante y agraviante, aceptando que los mismos obedecieron a una demostración de reconocimiento y respeto.

3) La guerra que he declarado lo ha sido de manera unilateral, arbitraria e injustificada, pues mi adversario no me había dado motivo alguno para ello.

4) Ante el desarrollo de los hechos ofrezco a mi adversario mi rendición incondicional, solicitando el inmediato cese de hostilidades.

5) Si se aceptase el ofrecimiento del punto anterior, me comprometo a no reiniciar los ataques durante todo el transcurso de este año 2002.

 

Yo, Carlos Enrique, alias Charlygaucho, de nacionalidad argentino, mayor edad, plenamente capaz para este acto, en el total uso de mis facultades físicas y mentales, asegurando que me encuentro libre de toda presión o coacción que pudiera afectar mi discernimiento, mi libertad o mi voluntad, solemnemente declaro ante toda la comunidad spanko del planeta Tierra -jurando cumplirlo y poniendo como prenda de mi palabra mi espíritu spanker- que:

1) Acepto sin condiciones la rendición incondicional ofrecida por mi adversaria así como el cese de hostilidades solicitado.

2) Me comprometo a suspender todo movimiento bélico a partir de este momento.

3) Acepto el ofrecimiento del cese de hostilidades y lo extiendo a mi persona, comprometiéndome a no reiniciar las mismas durante todo el transcurso de este año 2002.

4) Dejo expresa constancia de mi reconocimiento a la valentía, hidalguía y honradez de mi adversaria, manifestando públicamente que se ha batido con bravura y coraje y que su rendición no implica demérito ni menoscabo alguno de sus virtudes y valores.

5) En prueba de este reconocimiento le he dejado en plena propiedad, con total facultad de que los use o los haga usar, ya sea sobre sí o sobre quien ella determine, las armas utilizadas en el combate, a saber: un rebenque, una tacuara y una pluma de ñandú.

 

Ambas partes concuerdan en que este armisticio no abarca -y por ello se encuentran expresamente excluidos del cese de hostilidades acordado- todos los castigos que Charly le pudiese propinar a Campanita por cualquier medio de tecnología electrónica que existiese y todas las artimañas o tretas que ella pudiese utilizar para evitarlos.

 

Dado y firmado en dos ejemplares -quedando uno de ellos en poder de cada parte- de idéntico tenor y a los mismos efectos, en la ciudad de Madrid, Reino de España, a los nueve días del mes de octubre del año dos mil dos.”

 

Un grito brotó de su garganta

 

Charly!!!!!!!!!!!!

 

Charly!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

 

Había firmado ese papel y no podía faltar a su palabra.

 

Se sintió vencida, doblegada, subyugada. Charly le había arrancado esa firma. Debía estar furiosa.. Sin embargo no lo estaba......

 

Volvió a tumbarse en la cama.. Le dolía todo el cuerpo.... Cerró los ojos.. Sintió aún la presencia de él en las sábanas...Se quedó dormida

 

 

UN MES DESPUES

  

Por fin había llegado.. Qué travesía tan larga. !Cuántas horas de avión!..

 

Estaba nerviosa, asustada, pero no se iba a echar atrás

 

Ella sabía cómo se llamaba.. Había visto su pasaporte.. Y sabía dónde trabajaba y dónde poder localizarle...

 

Buenos Aires!!! Mientras se dirigía al taxi pensaba:

 

¿Qué estoy haciendo aquí?

 

Estoy loca.. Loca de remate!!!!

 

Tomó un taxi que la llevó a su hotel...

 

Se preparó un baño caliente .

 

Metida en la bañera, aún le daba vueltas la cabeza.. ¿Qué haría cuando estuviese frente a él?

 

No tenía un plan prefijado.. Sólo quería verle. No sabía qué iba a hacer.. ¿Le abrazaría? ¿Le daría una bofetada por haberla obligado a firmar de esa forma???

 

¿Tendría el valor necesario para presentarse a la mañana siguiente en la universidad y buscarlo???

 

Cerró los ojos y encendió un cigarrillo...

 

Pensó en cómo había cambiado su vida en aquél mes.

 

Desde la visita de Charly a España, ella se había sentido más fuerte. Había vuelto a tener ganas de luchar, de reír, y hasta había engordado un poco....

 

Tenía miedo.. Miedo de presentarse ante él... ¿Y si lo olvidaba todo y cerraba el billete que llevaba abierto, sin fecha y hora de regreso ? ¿Tomaba el siguiente avión y volvía a casa sin verle???

 

Dudaba, dudaba muchísimo.

 

Deseaba verle. pero tenía miedo.

 

Después del largo baño, se acostó.

 

!Vaya no he cenado!! Pensó....... Bueno es igual.. No tengo hambre"

 

 

Le temblaban las piernas cuando se dirigía hacia la facultad de derecho. Sabía que él estaba allí. Había telefoneado desde España para asegurarse de sus horarios de clase...

 

Pero.. ¿Y si por cualquier cosa ese día Charly no estaba allí?...........

 

 

Charly salió de clase cerrando la puerta del aula tras de sí.

 

Con paso resuelto se dirigía hacia su despacho, en la facultad. Levantó los ojos, y la descubrió allí.. frente a él...!No podía ser!! Eso no podía ser real!!!

 

Se miraron ambos.. Estaban tensos. Ninguno sabía qué decir.

 

Karen temblaba. Un sudor frío recorría su espalda. De pronto, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Intentó hablar pero no pudo.. Sólo podía llorar....

 

Charly la abrazó, acarició sus cabellos y le besó la cabeza con ternura.

 

Ella apoyó su cabeza en el pecho de él y siguió llorando.. Quería hablar pero no podía..

 

Él la tranquilizó...

 

Cuando estuvo más tranquila, levantó la cabeza para mirarle a los ojos y le dijo:

 

"He venido a decirte solamente que me obligaste a firmar la paz, y que, como vencida, voy a cumplir todos los puntos del tratado..Pero no por haber firmado sin saber lo que firmaba, creas ni un momento que me has doblegado"

 

Karen decía esto con miedo

 

Mientras lo decía pensaba: "¿Era realmente esto lo que le quería decir?

 

Por toda respuesta Charly sonrió.

 

La tomó por los hombros y le dijo:

 

-"Es la hora de comer. Vamos"

 

Karen, para variar, no tenía hambre y lo que menos le apetecía era ir a comer a un restaurante. En realidad lo que le apetecía era echar a correr y tomar el primer vuelo que la llevara nuevamente a España..

 

Se sentía impotente frente a Charly. Sentía que él, aún sin proponérselo. la dominaba.

 

Ella ya había sentido esa sensación en otra ocasión.. Una ocasión que quedaba muy lejos pero que aún latía en su corazón. Ella entendía que esa sensación fuese normal en una relación de amor, de pareja establecida.. Dominada por su amor, pero sólo cuando jugaban al juego del dominio y la sumisión.

 

Pero Charly no era su pareja, no era su amor, y no estaban jugando!!!!

 

Karen tenía miedo, le asustaba muchísimo esa relación, esa sensación.. Sin embargo le atraia. Era como si una extraña fuerza le empujase hacia él mientras que otra voz interior le decía "vete, huye"....

 

 

Llegaron al restaurante. Habían recorrido todo el camino sin pronunciar ni una sola palabra. Ella intentaba adivinar los pensamientos que cruzaban por la mente de Charly, pero era imposible.. Eran inescrutables...

 

Fueron a un restaurante italiano.

 

Tomaron asiento y Charly pidió el menú:

 

"Spaghetti carbonara para la señorita"

 

A Karen le dio un vuelco el estómago.. Hasta eso sabía Charly.. Hasta su plato favorito.. Bueno no era difícil.. Karen lo había dicho muchas veces en el tablón.

 

Trajeron la comida.

 

Ella no tenía hambre, y apenas pudo probar dos cucharadas..

 

"Comete todo" oyó que decía Charly con voz seria

 

"No puedo, es mucho. No me lo puedo comer"

 

"Te lo vas a comer todo y sin rechistar"

 

"Charly aunque quiera, no puedo. Mi estómago es muy pequeñito y no está acostumbrado a esas cantidades de comida. Si me como eso reviento y me pondré mala y devolveré. Me conozco"

 

"Si devuelves, ten por seguro que no vas a poder sentarte en dos meses"

 

Karen le miró asustada.

 

Recordaba que Tim a veces le decía lo mismo.. Pero jugaban. No lo decía en serio, y no la obligaba en serio a comer.. Bueno, excepto cuando ella se desmayaba después de alguna de las sesiones amorosas de Tim debido al agotamiento.. Pero excepto en esas ocasiones, Tim no la había nunca obligado a comer.

 

Pero Charly no jugaba.. Estaba hablando en serio

 

"Charly, pregunta a cualquier médico, él te explicará que no me puedes forzar así"

 

"Comete todo o tendrás que ir al médico por otro motivo"

 

La voz y la mirada de Charly no dejaba lugar a dudas

 

Karen no pudo terminar todo el plato.

 

Charly no se inmutó. Tomó su postre y el café.

 

"Vamos"

 

Esta vez, Charly tomaba a Karen del brazo

 

Ella tenía miedo.. Sabía lo que iba a pasar.. ¿Lo deseaba?? No estaba segura. No era un juego, no estaba jugando...

 

Charly la obligó a subir al coche

 

Sin cruzar ni una sola palabra, Charly condujo hasta un lugar solitario y tranquilo.

 

Paró el coche y la obligó a bajar.

 

Ella estaba realmente asustada.

 

Se sentó en el asiento de ella, la tomó por el brazo y la obligó a tumbarse sobre sus rodillas..

 

Levantó su minifalda, bajó sus bragas hasta las rodillas y comenzó a azotarla.. Fuerte. Una vez en cada nalga, en un sitio cada vez diferente.

 

Karen lloraba. Le dolía pero a la vez le gustaba. Esa extraña mezcla de dolor y placer que nunca llegaría a comprender ni a explicar pero que era maravillosa.

 

Charly se afanaba bien. Trabajaba toda la superficie de las nalgas que ella ya sentía arder.

 

Charly paró. La obligó a levantarse.

 

Sin decir palabra la llevó hasta un árbol y la obligó a apoyarse en él, con las piernas bien abiertas y las nalgas bien en evidencia.

Se quitó el cinturón...

 

Karen sintió que su estómago daba un vuelco

 

Charly dobló el cinturón por la mitad y lo hizo estallar contra la palma de su mano..

 

Karen temblaba

 

Sintió el cinturón estrellarse contra sus ya doloridas nalgas.

 

Charly la azotaba una y otra vez.. Las nalgas, los muslos.. La zona de unión entre nalgas y muslos..

 

Karen no podía más.. Le dolía.

 

Con Tim tenían pactado, al principio de la relación una palabra de seguridad que ella nunca utilizó, pero con Charly....No, en este caso, no valían las palabras de seguridad.

 

Karen lloraba y se retorcía ante cada nuevo azote.

 

No podía más

 

Charly se dio cuenta y paró.......

 

Se acercó a ella. Le acarició suavemente las nalgas. Ella no se atrevía a moverse y lloraba sin consuelo.

 

Charly la abrazó fuerte, muy fuerte. La apretó contra su pecho. Le acariciaba el pelo mientras le besaba suavemente la cabeza..

 

"Ya, bebé.. ya.. Cálmate.. Ya pasó"

 

Ella seguía llorando

 

Él tomó su barbilla en sus manos y la obligó a levantar la cabeza y a mirarle a los ojos

 

"Mira bebé, no me cuentes más historias sobre tu tratamiento médico y psicológico para curar esa estúpida anorexia...Charly te la va a curar en los pocos días que estés aquí"

 

Karen miró a Charly a los ojos y sin poder resistirlo se abrazó a él........

 

"Charly...Gracias"

 

Charly volvió a estrecharla fuerte en sus brazos..

 

"Aunque no te lo creas bebé, lo hago por tu bien y porque te quiero"

 

 

 

 

 

 

FIN