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Sara
Escrito por: Krenee (krenee31@hotmail.com)
Sara pertenecía a lo que podemos llamar la "alta
sociedad". Su educación estuvo siempre dirigida a no perder jamás de vista
ni la familia de la que venía ni el apellido que llevaba. Quizás fue esto lo
que provocó en ella el rechazo a lo establecido y la rebeldía que mostró desde
muy niña y que se convirtió en el principal rasgo de su carácter.
A los 15 años Sara militó en las juventudes de un partido de
izquierdas ocupando altas responsabilidades en el sector que ese partido
dedicaba a la lucha por la liberación de la mujer.
Era una buena estudiante, pero su endemoniada rebeldía le
ocasionó la expulsión de dos conocidos colegios de monjas, durante su infancia
y primera juventud.
Terminó sus estudios universitarios con excelentes
calificaciones, y al poco tiempo encontró un trabajo como auxiliar
administrativo en la oficina de una pequeña localidad que una gran empresa de
ámbito nacional y líder en su sector había abierto recientemente.
No era un trabajo adecuado a sus estudios ni a su
preparación (según su familia tampoco a su posición social), pero Sara lo cogió
porque lo había conseguido por ella misma, sin enchufe de nadie, Allí hiciera
lo que hiciera, llegara donde llegara los méritos serían exclusivamente de
ella. Trabajó mucho y aprendió el oficio, tanto que en menos de 2 años fue
nombrada jefe de oficina.
Era la primera mujer que su empresa, de corte extremadamente
machista, nombraba en la provincia. Claro que era una población pequeña (un
pueblo), pero indudablemente era un triunfo.
Tuvo que luchar mucho para conseguir el respeto y la
aceptación de los demás. Los compañeros la veían con recelo (¡Cuidado las mujeres
ahora pueden quitarnos el puesto!) y las compañeras con envidia. Hasta los
clientes que entraban a la oficina insistían en que querían ver al director,
pese a haberles dicho que ella era el director.
Se dedicó de lleno al trabajo, no había horas ni vacaciones
ni apenas vida privada... ¡Sólo trabajo!
En menos de 5 años Sara había cuadruplicado el capital de la
empresa en su zona, se había ganado el respeto de sus clientes que enviaban
cartas de felicitación a la central por el buen funcionamiento de aquella
oficina. Consiguió sobrevivir a las zancadillas, puñaladas por la espalda y en
una palabra, a toda la jungla humana que supone la lucha por el poder.
Indudablemente eso la había endurecido.
Su aspecto físico, pequeña de estatura, delgada pero bien
proporcionada, larga melena rubia suelta sobre sus hombros, piel muy pálida y
ojos verdes le daba un aire angelical. Pero bajo este aspecto de niña pequeña
desprotegida se ocultaba un carácter de feroz leona dispuesta a destrozar de un
zarpazo a la hora de proteger su territorio. Hasta tal punto es así que sus
compañeros habían hecho un chiste sobre ella "¿Porqué Sara no lleva
minifalda? Por que si la llevara se le verían los..."
Aquello era falso. Sara siempre llevaba minifalda. Vestía
trajes de chaqueta entallados con faldas bastante cortas y siempre llevaba
zapatos de tacón de aguja.
Muy a pesar de los que piensan que las mujeres
independientes, fuertes y luchadoras son hombrunas, Sara era muy femenina.
Incluso a veces parecía una niña pequeña cogida en falta cuando se ruborizaba
por nada (cosa que sucedía con mucha frecuencia). Por eso no permitía que la
piropeasen. ¡Le sentaba fatal!.
Un día hubo una reunión a nivel provincial de todos los
jefes de oficina (una de tantas). Aquellas reuniones estaban presididas por el
director provincial, evidentemente. Sara le conocía bastante bien, era su
superior directo y sus relaciones eran respetuosas pero cordiales. Se llamaba
Marcos tenía 43 años (Sara 31), era alto, moreno, fuerte y muy guapo. Tenía
mucho éxito con el sexo femenino entre el que tenía fama de hacer verdaderos
estragos.
Piropeaba y gastas bromas subidas de tono a todas las
secretarias y auxiliares administrativas de la provincia, excepto con Sara, con
quien mantenía un trato absolutamente correcto.
Aquél día, cuando todo el mundo ocupó su puesto en la sala
de reuniones Marcos dio los buenos días a todos y dirigiéndose a Sara le dijo:
-Sara ¿Qué guapa estás hoy?
Sara se ruborizó y como siempre disfrazó su turbación en
rabia; miró a Marcos con ojos desafiantes y con su habitual calma, tranquilidad
y frialdad (jamás perdía los nervios) le dijo con una gran sonrisa:
-Tú también Marcos,¡Qué corbata tan bonita llevas! Te
favorece muchísimo.
Se hizo un gran silencio y la tensión se podía cortar. En estas
macro-empresas el respeto a los superiores y a las jerarquías es fundamental.
Marcos no se inmutó (él tampoco perdía nunca los nervios), pero al acabar la
reunión exigió a Sara que se quedase. Cuando todos se fueron, se acercó a ella
y sin mediar palabra la agarró por la cintura y alzándola hasta equilibrar las
estaturas ( 1.57 y 47 Kg de peso frente a 1.85 y unos 78-80 kg) le dijo:
-Eres una descarada y te voy e enseñar lo que es el respeto
hacia tus superiores.
Sara se quedó paralizada, desde siempre, desde muy pequeña
había soñado con la mano fuerte de un hombre le diera una soberana paliza en el
trasero. De hecho, era incapaz de alcanzar el orgasmo en una relación si no
cerraba los ojos y se concentraba en la imagen de una férrea mano (sin cara) golpeando
con fuerza su trasero.
Sara odiaba esa fantasía, la achacaba a su maldita educación
de colegios de monjas para niñas bien.
Sabía que, de alguna manera, y pese a su rebeldía, algo de
sumisión habían conseguido inculcarle.
Sufría mucho a causa de ello. Ella, la dura Sara, Sara la
fuete, Sara la leona, la que no podía llevar minifalda porque se le veían
los... se excitaba tremendamente con la visión de sí misma en postura
humillante y sumisa: tumbada en las rodillas de un hombre, con las bragas bajadas
y el trasero enrojecido a causa de los azotes recibidos.
Llegó incluso a odiarse a sí misma por tener esas fantasías,
y por supuesto jamás se las confesó a nadie.
Y de pronto se encontró con un fuerte brazo que le sujetaba
la cintura y la alzaba por los aires. Sus pies no tocaban el suelo. Se ruborizó
y esta vez no pudo disfrazarlo de rabia.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Muchas sensaciones se
mezclaron en su interior: el miedo, la humillación, la sumisión, la vergüenza y
el placer...
Con toda esa mezcla de sentimientos la Sara-leona dejó paso
a la Sara-niña y empezó a llorar. Ella jamás lloraba, y menos en público. Con
voz temblorosa sólo alcanzó a suplicar:
-Marcos por favor te
lo ruego, suéltame.
Pero Marcos no la soltó. Muy al contrario la arrastró hasta
el pequeño despacho que había dentro de la sala de juntas para que nadie
pudiera oír nada y cerró la puerta. Le sujetó la barbilla y le dijo:
-Te voy a dar la mayor azotaina que jamás hayas recibido en
tu vida.
Sara rompió a llorar desesperadamente.
-Marcos por favor te lo pido, no me humilles así.
Pero Marcos no la escuchaba, había tomado asiento en su
cómodo sillón de jefe y la había puesto boca abajo sobre sus rodillas. La corta
falda de Sara se había subido sola y Marcos se la recogió en la cintura. Con
cuidado y lentamente le bajó los pantys y luego las bragas.
Marcos hacía esto despacio y con suavidad. El tiempo se
había estancado para Sara, que avergonzada estaba deseando que terminase ya una
sesión que aún no había empezado.
Llegaron los azotes. Sara sintió sobre su trasero la mano
abierta de Marcos que se estrellaba con fuerza. Le dolía...
Al principio intentó contar los golpes ya que eran
espaciados, pero pronto perdió la cuenta.
Marcos de pronto paró. Sara suspiró ¡Por fin!. Pero se había
equivocado. Intentó levantarse pero él la sujetó con fuerza.
-¿Quién te ha dado permiso para levantarte?
Una nueva lluvia de azotes volvió a descargarse sobre sus
doloridas nalgas.
De pronto Sara se dio cuenta de que estaba excitada,
terriblemente excitada. Tuvo un orgasmo...
Marcos lo percibió, y con un solo movimiento de su brazo la
giró poniéndola boca arriba sobre sus rodillas. Miró sus ojos verdes llenos de
lágrimas, la atrajo hacia sí y la besó con una ternura infinita. Sara se sintió
pequeña en los fuertes brazos de Marcos que ahora la trataba como si fuese una
frágil muñeca de porcelana a punto de romperse. Hicieron el amor...
Y así, con esta mezcla de sensaciones, Sara, por primera vez
en su vida fue verdaderamente feliz.
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