Mano Dura
Escrito por: Por Álvaro Garcés
(alv790@hotmail.com)
El
director del colegio, Robert Brown, a pesar de su juventud ya tenía una
experiencia de seis años en su puesto, y sabía cómo manejar casos difíciles
como éste. En esos momentos miraba con rostro serio y desaprobador a la
alumna que estaba sentada ante su mesa.
-
Señorita,- dijo con su tono de voz más severo,- su comportamiento es
totalmente inaceptable. Sus padres hacen un esfuerzo para pagarle la mejor
educación, ¿y así es como usted se lo agradece? Ya es la segunda vez esta
semana que es sorprendida haciendo novillos. ¿No tiene nada que decir?
La
muchacha no parecía dispuesta a decir nada. A sus trece años, Kathy Symons ya
había estado más de una vez en el despacho del director, pero su atmósfera
seria e intimidatoria le seguía afectando como el primer día: Miraba
fijamente al suelo y se mordía los labios, mientras jugueteaba nerviosamente
con un mechón de su cabello pelirrojo.
- Ya lo
suponía,- suspiró Robert.- No hay mucho que decir en su favor, realmente.
Estoy empezando a cansarme de verla por mi despacho, ¿sabe? Hace tres días
estuvo usted aquí y creo recordar que accedí a imponerle un castigo leve a
cambio de que me prometiera tomarse con más seriedad sus responsabilidades.
No me parece que se haya tomado usted muy en serio esa promesa, pero le aseguro
que esta vez intentaré causarle una mayor impresión.
-
Veamos...,- dijo tras pasar un rato ojeando el abultado expediente
disciplinario de su alumna.- Ante un caso de reincidencia en una falta grave
en una misma semana, el castigo normal para las alumnas de su edad sería una
suspensión de un día, pero realmente no me gusta la idea de que pierda horas
de clase justo antes de los exámenes. Además, siempre me ha parecido un
contrasentido castigar con una expulsión de clase a las alumnas que hacen
novillos. Así que voy a ofrecerle una alternativa: Puede escoger el castigo
oficial o puede optar por el castigo que normalmente se reserva para las
alumnas más jóvenes. ¿Qué prefiere?
El rostro
pecoso de Kathy se ruborizó visiblemente al preguntar:
- ¿El castigo
que normalmente se reserva para las más jóvenes? ¿Se refiere a...?
- A esó
exactamente me refiero, señorita. Puede usted elegir entre la suspensión o
una buena azotaina. ¡Vamos! No tengo tiempo que perder. ¿Qué es lo que
prefiere?
La chica
se revolvió indecisa en su asientos. No era extraña a los castigos corporales
que el director del colegio solía imponer a las alumnas más jóvenes, pero
desde luego no esperaba volver a recibirlos a su edad. Por otra parte,
tampoco le resultaba más agradable la perspectiva de tener que decirles a sus
padres que la habían expulsado del colegio durante un día debido a su
reiterado mal comportamiento.
- ¿Y bien?
- Yo... Yo
elijo la azotaina, señor Brown,- consiguió decir Kathy con un hilillo de voz,
ruborizándose aún más.
Es una
pena que una jovencita tan encantadora esté siempre metiéndose en líos, pensó
Robert.
- Muy
bien,- dijo Robert mientras se ponía en pie.- Pues acabemos cuanto antes, por
favor. Pase por aquí.
Se acercó
a la sólida silla de respaldo recto que utilizaba habitualmente para estos
menesteres y la colocó en el centro de la habitación.
- Vamos,
no se haga de rogar,- dijo señalando con impaciencia a Kathy.- Acérquese
aquí.
Robert se
sentó e le hizo un gesto con la mano a Kathy para que se aproximara más. En
cuanto la tuvo a su derecha, sin más ceremonia le puso la mano en la espalda
y la empujó suavemente para que se tendiera sobre sus rodillas.
- Había
esperado no volverla a ver en esta situación,- le dijo, desaprobador,
mientras le plegaba la parte posterior de la falda para dejar al descubierto
un bonito trasero enfundado en las braguitas blancas que prescribía el
uniforme del colegio.- Pero está visto que éste es el único lenguaje que
usted entiende. Ya va siendo hora de que crezca un poco y se comporte como la
pequeña dama que es, y no como una niña traviesa que necesita que le
calienten el trasero para comportarse.
Le sujetó
con una mano las muñecas y sin más elevó el brazo y descargó enérgicamente la
palma de la mano sobre las nalgas de la niña. Ella se puso rígida y soltó un
gritito de dolor, pero Robert no se conmovió lo más mínimo y continuó el
castigo sin pausa.
- No, no
te quejes tanto,- le riñó, sin dejar en ningún momento de azotarla.- Supongo
que no esperarías que los azotes fueran tan suaves como cuando tenías nueve
años, ¿verdad? Y aun así tienes suerte, porque te merecerías que fuera mucho
más duro contigo. Estoy planteándome pedirle a tus profesores que me informen
diariamente de tu comportamiento y repetir este intercambio de pareceres cada
vez que no sea satisfactorio.
Kathy no
se sentía afortunada, precisamente. El señor Brown estaba pegando más fuerte
de lo que ella recordaba, y las bragas apenas proporcionaban protección
frente a los vigorosos azotes. Y eso por no hablar de la vergüenza que sentía
al estar allí boca abajo sobre las rodillas de su joven y atractivo director,
con las bragas expuestas y recibiendo ese castigo tan infantil. Sin poderlo
evitar, Kathy empezó a llorar.
- Por
favor, no me pegue más,- suplicó.- ¡Duele mucho!
- Eso
espero,- contestó Robert, inexorable.- De poco serviría si no doliese, ¿no es
cierto? No pienses que me gusta tener que castigaros. De hecho creo que a mí
me duele tanto como a vosotras. Pero es cierto eso de que quien bien te
quiere te hará llorar. Más vale unos azotes a tiempo cuando lo necesitáis que
tener que lamentarse luego.
Pero la
pobre Kathy ya no lo escuchaba, pues estaba demasiado ocupada llorando y
sacudiendo las piernas, tratando de escapar del dolor que parecía aumentar
por momentos.
El castigo
continuó aún un buen rato. Los azotes se sucedían a razón de uno cada dos
segundos. Al cabo de un rato Kathy dejó de luchar y resistirse y simplemente
se quedó allí tendida, llorando a moco tendido y resignada a que la azotaina
no iba a detenerse hasta que al director le pareciese conveniente.
Por fin,
Robert decidió que Kathy ya había recibido el mensaje con total claridad y
los azotes se hicieron menos frecuentes hasta que finalmente se detuvieron
por completo. A pesar de ello, Kathy siguió llorando durante un buen rato con
la misma intensidad. Nunca había recibido una azotaina tan severa, y aún
sentía como si su trasero estuviera ardiendo.
Robert la
dejó permanecer allí unos minutos hasta que se hubo tranquilizado un poco.
Realmente había sido bastante duro con ella. Hasta podía sentir el calor de
las nalgas castigadas a través del fino tejido de las bragas. Y su mano le
dolía bastante. Pero cualquier otra cosa hubiera sido una pérdida de tiempo,
reflexionó.
- Bueno,
ya está. Ya ha terminado todo,- trató de consolarla. La ayudó a incorporarse
y le prestó su pañuelo para que se enjugara las lágrimas, a pesar de que ella
todavía seguía llorando.
A Robert,
quizá por motivo de su juventud, le gustaba mantener las distancias con sus
alumnas y evitar las familiaridades, para que no le perdieran el respeto,
pero en momentos como éste se permitía hacer una excepción, así que abrazó
suavemente a Kathy hasta que ésta se calmó un poco.
- Ya está,
señorita Symons, no llore más. A partir de ahora trate de que no tengamos que
volver a repetir este castigo... Vamos, creo que ya conoce el procedimiento.
Colóquese en aquel rincón de cara a la pared y con las manos sobre la cabeza.
Kathy tuvo
que quedarse en el rincón durante veinte minutos, hasta que finalmente el
director la dejó marchar, no sin antes recordarle que debía cambiar su
actitud si quería evitar una repetición del castigo.
FIN
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