domingo, 8 de febrero de 2015

Reencuentros F/M Alvaro Garces


 




Reencuentros

Escrito por: Álvaro Garcés (alv790@hotmail.com)



Esta historia es producto de la imaginación del autor. Incluye escenas en las que un niño o niña recibe un castigo físico. Si eres menor de edad o no estás interesado en este tema, no sigas leyendo.
El autor está rotundamente en contra de los castigos físicos a menores en la vida real.


Mi hermana me abrió la puerta y se quedó mirándome con la boca abierta. Hacía tres años que no nos veíamos y no le había dicho que venía para darle una sorpresa. Sin dejarle tiempo a reaccionar le di un abrazo que la dejó sin respiración.
“¡Fátima!,” le dije. “Cuánto tiempo sin verte. No has cambiado nada.”
Era mentira. Le habían salido las primeras arrugas y parecía cansada. Podía darme cuenta de que estos últimos años no habían sido benévolos con ella. Mentalmente me maldije por haber estado tan lejos cuando más me necesitaba, tras su divorcio.
“Tú tampoco has cambiado nada. ¡Pero qué sorpresa más grande! No te esperaba en absoluto. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo es que no me has avisado de que venías? Te vas a quedar unos días antes de volver a Argentina, ¿verdad?”
“¡Eh!, de una en una,” dije riendo ante el torrente de preguntas. “Tengo muy buenas noticias: Me voy a quedar más que unos días. He conseguido que me trasladen a España. No te avisé porque quería darte una sorpresa.”
“¡Pero eso es fantástico! ¿Te han trasladado a la sede de Valencia o a la central?”
“A Valencia, nada de Madrid.”
“¡Genial! Tantos años separadas y ahora podremos vernos a diario. ¿Dónde has dejado el equipaje?”
“Lo he dejado en la estación, en consigna,” respondí. “Esta tarde lo llevaré al hotel.”
“¿Al hotel?”
“Sí, pasaré unos pocos días en un hotel hasta que encuentre un piso en alquiler que me guste. Me he tomado dos semanas de vacaciones para arreglarlo todo.”
“¿Pero qué dices? Tú no vas a ir a ningún hotel. Te quedarás aquí en casa todo el tiempo que haga falta.”
Sonreí. Había supuesto que mi hermana diría eso, pero no había querido imponerle mi presencia.
“Está bien, te lo agradezco mucho. Pero dime, ¿dónde está Javi?”
Javi era mi sobrino, un chico adorable. El juez le había concedido la custodia a su madre después del divorcio. Según me había contado Fátima, su padre no les pasaba la pensión ni iba a ver al niño. Me hubiera gustado ponerle las manos encima a ese impresentable.
“Está aquí. Enseguida lo llamo. ¡Javi, ven aquí! ¡Ha venido la tía Raquel!”
Pero nadie respondió. Mi hermana me hizo una mueca: “Estará escuchando música en su cuarto. Ven.”
La seguí y, efectivamente, Javi estaba en su cuarto, escuchando a todo volumen eso que pasa por música entre los jóvenes de hoy. Su madre llamó a la puerta: “Javi, sal. Mira quién está aquí.”
La música enmudeció y se abrió la puerta. Allí estaba mi sobrino. Había crecido mucho, parecía un hombrecito. Si lo hubiera visto por la calle seguramente no lo hubiera reconocido. Tenía un gesto hosco, pero su cara se iluminó al reconocerme.
“¡Tía Raquel!,” me dijo mientras me abrazaba. Yo le devolví el abrazo, muy contenta. Había temido que ya no se acordase de mí. Tres años son mucho tiempo para un niño, a pesar de que nunca me olvidaba de enviarle algún regalo por su cumpleaños y por Navidad.
“¿Cómo está mi tigrecito?”, le pregunté (tigrecito era el apodo cariñoso por el que solía llamarle).
“No me llames así, tía, que ya no soy un bebé.”
“Está bien, en ese caso te llamaré don Javier,” bromeé.
Fuimos los tres al salón y estuvimos un rato conversando sobre cómo nos había ido estos años y recordando los viejos tiempos. Finalmente Javi anunció que había quedado con unos amigos y que tenía que irse.
“Javi, tu cuarto está hecho una pocilga. Recógelo un poco antes de salir,” le dijo su madre.
“Y una mierda. Ya lo haré mañana.” Dicho esto, Javi se marchó a la calle tan tranquilo, sin ni siquiera despedirse.
“Fátima, ¿cómo consientes que tu hijo te hable así?”, le pregunté con asombro.
“Oh, bueno,” dijo ella, ruborizada. “Supongo que no hay que darle tanta importancia. Lo aprende de los chicos del barrio. Es sólo una fase, ya se le pasará.”
Yo me dije para mis adentros que si mi sobrino tenía esa actitud a los once años, no quería ni pensar cómo actuaría cuando tuviese dieciséis.
Durante la semana siguiente me dediqué a buscar piso y a ayudar a Fátima. La pobre estaba agobiada entre el trabajo y las tareas domésticas, y su hijo no la ayudaba en nada. Más bien todo lo contrario: nunca recogía nada, dejaba la ropa sucia tirada por su habitación y por el cuarto de baño, a veces nos hablaba de forma grosera a su madre y a mí... Más de una vez me vi tentada de bajarle los humos con unos buenos azotes, pero por mucho que Javi los necesitara no me decidí a dárselos, ya que realmente no hubiera sido correcto que lo hiciera sin el permiso de su madre.
En cuanto a mí, conseguí encontrar una casa en las afueras que me gustaba mucho y la alquilé y arreglé a mi gusto.
“Raquel,” me dijo mi hermana por teléfono ese jueves, “me ha surgido una cosa. Una amiga me ha invitado a pasar el fin de semana en su chalet en la playa. Yo iba a decirle que no, porque no podía dejar solo a Javi. Pero entonces se me ocurrió que quizá no te importaría cuidar de él un par de días.”
“Bueno, no sé... Es que yo...,” respondí, tomada por sorpresa.
“No te preocupes. Lo entiendo si no puedes. Todavía tendrás trabajo que hacer en tu nueva casa, y además te apetecerá aprovechar lo que te queda de vacaciones.”
“No, no es eso. Ya tengo esto bastante arreglado, y Javi y yo podríamos pasarlo bien un fin de semana. Además, tú necesitas ese descanso. Lo cuidaré con mucho gusto.”
“Pero no sonabas muy convencida. De verdad que no quiero obligarte.”
“Yo... Verás, seré sincera contigo. Lo que ocurre es que no sé si voy a poder con él...”
“Ah, lo dices por su comportamiento, ¿verdad?”
“Me temo que sí. Algunas veces es el niño encantador que recuerdo, pero otras actúa como si no respetara a nadie y sólo pensara en sí mismo. Ese chico necesita disciplina, y tú no pareces querer dársela.”
“Sí, creo que llevas razón. Si te contara algunas cosas que ha hecho no te lo creerías, pero es que él es lo único que tengo, y no puedo soportar castigarlo.”
“Pues no le estás haciendo ningún favor. Vas a tener que cambiar de estrategia.”
“Sí. Pensaré en ello, de verdad,” suspiró Fátima. “Y gracias de todas formas. Ya nos veremos mañana. Te quiero.”
“¡Espera! Decía en serio lo de que necesitas un descanso. Yo me ocuparé de Javi un par de días. Sobreviviré.”
“No, pero es que es verdad todo lo que has dicho. Desde que Alfonso y yo nos separamos lo he mimado demasiado. No tengo derecho a echarlo a perder y luego pedirle a alguien que lo cuide.”
“A mí si tienes derecho a pedírmelo, caramba, que para algo soy tu hermana. Y además, no está echado a perder. Lo que pasa es que está explorando los límites que le pones y no acaba de encontrarlos. Simplemente necesita que le impongan algunas reglas y que lo traten con mano firme cada vez que se porte mal.”
“¿Pero no me odiará si lo castigo?”
“No digas tonterías, Fátima. Vamos a ver, ¿qué hubiera hecho nuestro padre si le hubiésemos hablado alguna vez como Javi te habla a ti? ¿Y lo odiábamos por eso, acaso?”
“¿Qué hubiera hecho...? Oh, pero ¿te refieres a...?”
“Sí, eso mismo. Francamente, cuando un niño no hace lo que su madre le dice e insulta a sus mayores, está pidiendo a gritos que le calienten a conciencia el trasero.”
“Pero yo creí que eso ya no se hacía.”
“Pues claro que se hace, mujer. Cada vez que veas a unos padres con hijos respetuosos y obedientes puedes estar segura de que es porque saben que no les van a consentir actuar de otra manera. ¿No recuerdas lo efectivo que eran unos azotes a tiempo cuando éramos pequeñas?”
“Sí, es cierto. Pero Javi es más testarudo de lo que éramos nosotras. ¿Tú crees que eso serviría con él?”
“Sí que lo creo. Pienso que si Javi es testarudo es porque tú se lo permites.”
“Puede ser. ¿Sabes?, creo que voy a seguir tu consejo. No sé si funcionará, pero al menos merece la pena intentarlo.”
“Creo que no te arrepentirás y que Javi acabará agradeciéndotelo.”
“Me ha animado hablar contigo, hermanita. Estaba preocupada por este tema y no sabía qué hacer. Lo que tú me has dicho me ha devuelto las esperanzas.”
“Me alegro de ayudarte. ¡Ah!, dime, ¿quieres que cuide de Javi este fin de semana, entonces?”
“Te lo agradecería de verdad. Y tienes mi permiso para disciplinarlo como si fuera hijo tuyo, si lo consideras necesario.”
Así que el viernes por la tarde Javi y yo nos despedimos de Fátima y fuimos en coche hasta mi casa. Era la primera vez que Javi la veía y quedó favorablemente impresionado. Le expliqué que el suelo era de moqueta y que había que quitarse los zapatos y dejarlos junto a la entrada, lo cual le hizo mucha gracia.
Pasamos una tarde agradable en la piscina que había en el patio de la casa, y Javi se comportó como un ángel en todo momento. Bueno, como un pequeño diablillo, para ser más exactos: me salpicaba cada vez que me ponía a tomar el sol y se echaba a reír, debió de sacar la mitad del agua de la piscina de tanto tirarse estilo bomba y aquella noche hubo que insistir mucho para conseguir que se acostara, pero todo dentro de lo que se puede esperar de un niño de once años normal.
El sábado por la mañana, sin embargo, la situación cambió. Javi había salido a dar un paseo por la urbanización, y cuando volvió olvidó quitarse los zapatos y me llenó la moqueta de barro.
“¡¡Javi!! ¡Mira lo que has hecho!,” exclamé. “Quítate los zapatos ahora mismo.”
Hizo lo que le dije, pero cuando le pedí que me ayudase a limpiar la moqueta respondió para mi asombro:
“Que te folle un pez. Limpiar es cosa de mujeres.”
Yo me quedé boquiabierta de que un niño que había sido tan agradable hasta entonces utilizase de repente semejante lenguaje, por no hablar del machismo y del desprecio con que se había dirigido a mí. Pues bien, no estaba dispuesta a tolerar que nadie me hable así en mi casa.
Me acerqué a él y, reprimiendo el impulso de darle una bofetada, lo agarré por la oreja y lo arrastré hacia una silla.
“¡Ah! ¡Ay! Suéltame, zorra. Me estás haciendo daño. Que me sueltes.”
Ante esto incrementé la presión sobre la oreja.
“Creo que aquí hay alguien que necesita que le laven la boca con jabón, ¿no te parece?”, le dije. “Pero antes nos ocuparemos de ponerte el culo bien calentito, para que puedas sentarte más cómodamente.”
Dicho y hecho; lo solté y, mientras estaba ocupado frotándose la oreja dañada, le desabroché los pantalones cortos que llevaba y se los bajé, junto con los calzoncillos, hasta las rodillas.
Javi soltó un grito de consternación y trató de cubrirse, pero yo ya me estaba sentando y, tomándolo por las muñecas tiré de él hasta tenderlo de bruces sobre mis rodillas.
“Jovencito, prepárate para recibir la azotaina de tu vida,” le dije.
“Suéltame. No puedes hacerlo. No tienes derecho,” protestó, tratando de escapar. Pero lo tenía bien sujeto. Con mi mano izquierda le agarré por la muñeca para que no pudiera protegerse el trasero y comencé a abatir con fuerza mi mano derecha sobre sus nalgas.
“Como puedes ver, sí que puedo,” le dije, deteniéndome un instante. “Tu comportamiento es intolerable. Te mereces una buena zurra y además tengo todo el derecho del mundo a dártela, ya que tu madre me ha dado permiso para hacerlo si lo considero necesario.”
Javi ya había empezado a llorar, poco acostumbrado a que lo trataran con la mano dura que obviamente necesitaba. Pero no dejé que sus lágrimas de cocodrilo me impresionasen y continué castigándolo enérgicamente.
Javi empezó a gritar enseguida “¡AAAHH! ¡Nooooo, tía Raquel, por favor!”
Sonreí para mis adentros al comprobar lo rápido que su actitud estaba cambiando, pero estaba convencida de que esta azotaina debería ser larga para que no se le olvidase en mucho tiempo.
“¿Vas a volver a hablarme en ese tono alguna vez, jovencito?”, le pregunté mientras las nalgadas seguían cayendo con firmeza sobre su desprotegido trasero, cubriéndolo una y otra vez y haciendo que fuera adquiriendo el color rojo característico de una buena sesión de azotes.
“¡Nooo! ¡Oh, por favor, duele mucho!”
“Se supone que debe doler, por eso es un castigo. Un castigo que tienes bien merecido, debo añadir. ¿Vas a limpiar la moqueta que has ensuciado?” ...Plas, Plas, Plas, Plas...
“¡Síiiii. Por favor, perdón! ¡Ayyy! ” Las lágrimas de Javi fluían libremente, y sus piernas se agitaban y pataleaban hacia arriba y hacia abajo como si con eso pudiese aliviar el dolor y el escozor que le causaban los azotes en el trasero.
“A partir de ahora las cosas van a cambiar, ¿me oyes? Cada vez que desobedezcas a tu madre o a mí, o que faltes el respeto a cualquier adulto te encontrarás con los pantalones bajados recibiendo unas buenas nalgadas antes de que te des cuenta de qué está pasando.”
“Sí... yo... ¡¡Ay!! Lo siento... ¡Ow! Por favor, seré bueno...”
Seguí azotándolo un rato más, ignorando el dolor que sentía en la mano, hasta que vi que ya estaba llorando tan fuerte que le resultaba imposible hablar con coherencia. Además, la piel de su trasero había adquirido la tonalidad de rojo que estaba buscando. Así qué detuve la azotaina y lo dejé llorar un poco sobre mis rodillas. Quizá hubiera sido el momento de reñirle un poco más para estar segura de que entendía el motivo por el que había sido castigado, pero estaba llorando de tal forma que no creí que fuese a enterarse de nada.
Finalmente lo levanté y le subí los calzoncillos y los pantalones cortos. Nada más soltarlo comenzó a dar pequeños saltitos frente a mí, llorando y frotándose la parte trasera de los pantalones. Hubiera resultado gracioso de no ser porque sabía que estaba sufriendo un fuerte dolor. Me daba mucha pena, y comprendía que su madre encontrase tan difícil castigarlo. Pero al menos sabía que el dolor se le pasaría pronto y que de este modo aprendería una lección que necesitaba de veras.
“Vamos, vamos,” le dije, atrayéndolo a mis brazos. “Ya está, ya pasó todo.”
Él se aferró a mí como si le fuese la vida en ello y siguió llorando un buen rato.
Aunque le había dicho que le lavaría la boca con jabón, no tenía corazón para seguir castigándolo, así que me limité a sostenerlo en mis brazos y susurrarle palabras de consuelo, mientras él iba dejando de llorar poco a poco y me pedía perdón.
Durante todo ese sábado Javi se mostró muy dócil e inseguro, como temeroso de provocar mi enfado otra vez. Yo hice lo posible por animarle y demostrarle que le seguía queriendo. Por la tarde lo llevé al cine y a cenar a una pizzería (le encantan las pizzas), y para cuando llegamos a casa por la noche ya había recuperado su alegría normal.
Por la noche, al arroparlo y darle las buenas noches me dijo: “Tía, siento mucho haberme portado mal.”
“Y yo siento haber tenido que castigarte. Espero de veras no tener que hacerlo nunca más, porque me sentía muy triste al verte llorar.”
“¿Sabes una cosa?”
“¿Qué?”
“Que si quieres me puedes seguir llamando trigecito,” me dijo. “Bueno, siempre que no haya nadie delante.”
“Trato hecho, mi tigrecito. Buenas noches y hasta mañana,” le dije mientras le daba un beso en la mejilla. “Mañana tengo una sorpresa que creo que te va a gustar.”
Y en efecto, mi sorpresa le gustó, ya que ese domingo lo llevé a un parque de atracciones y pasamos un día fantástico. Él disfrutando de lo lindo y yo viéndolo disfrutar a él y contagiándome de su entusiasmo.
Tras llevar a mi sobrino a su casa esa noche, tuve una larga conversación con Fátima, a la que le habían sentado muy bien los dos días de descanso en la playa. Le expliqué todo lo que habíamos hecho ese fin de semana y también le describí en detalle el correctivo que le había tenido que aplicar a Javi.
Varios días después, mi hermana me dijo que Javi no dejaba de hablar de lo bien que se lo había pasado conmigo, y me comentó que los azotes parecían haber sido muy efectivos, ya que su comportamiento había mejorado de forma notable.
Hasta hoy no he tenido necesidad de volver a darle una azotaina a Javi. Su madre sí lo ha hecho, convencida ya de la efectividad del método, aunque sólo se ha visto obligada a recurrir a ese castigo en muy contadas ocasiones.


FIN








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3 comentarios:

  1. ME ha encantado esta historia es nueva y fascinante para mi

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. https://larevistadelpetticoat.blogspot.com/

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