domingo, 8 de febrero de 2015

El Piano M/F Krenee31


El Piano

Escrito por: Krenee



Sonaron lo últimos acordes del "concierto en do menor" de Juan Sebastián Bach. El público, sobrecogido, con el corazón en un puño no se atrevía a respirar.

Cesó el piano y una oleada de aplausos embravecidos llenó el Palais Garnier de la Opera de Paris. Giselle se levantó a saludar a ese público que la aclamaba. Sus ojos dirigieron una mirada al palco. Allí estaba él, como siempre, como en cada concierto.

¡Cómo había envejecido! Ante la insistencia de los aplausos y el clamor , tomó asiento nuevamente ante el piano para repetir el "Allegro" del "Concierto en do menor".

Recordó cómo le había conocido, veinte años atrás... cuando ella apenas contaba 17.

Era otoño, llovía en Paris. Los padres de Giselle querían hacer de ella una buena pianista, como correspondía a su posición social; pero a ella no le gustaba la música y odiaba el piano. Tras 8 años en el conservatorio sin haber hecho muchos progresos, decidieron llevarla al estudio de Mr Perini, renombrado profesor tanto por su "buen hacer" como por su severidad.

Giselle recordaba cómo tiró su madre de ella al llegar al 25 Place du Tertre, en pleno corazón de Montmartre. Las hojas amarillentas de los árboles al caer formaban un tapiz que, con la lluvia, daban un tono rosa a la atmósfera de Paris.

Ella no quería ir, no quería entrar, no quería aprender a tocar el piano y le asustaba Mr Perini.

Tenía, en efecto un aire severo.

-Siéntate al piano Giselle. Ejecuta el ejercicio nº2.

La mano temblorosa de la adolescente empezó a aporrear las suaves teclas de marfil. No había tocado 3 notas y...¡el primer error!

Los errores de piano se pagan con un golpe en los dedos. Es la tradición.

Así los dedos de Giselle fueron golpeados por la vara de Mr Perini.

Ella sacando su rabia de niña mimada se encaró al maestro: ¿Cómo quieren ustedes que tengamos agilidad en los dedos si a cada error nos los golpean?

-Está bien, dijo el profesor. Te propongo un trato; te dejo tocar la pieza entera sin interrumpirte. Luego contamos los fallos y por cada uno que tengas te daré un azote en el trasero.

Giselle lo pensó "Después de todo no es mala idea, en el trasero debe ser menos doloroso".

Terminó la clase:

- Has tenido 19 fallos ¿Estas de acuerdo?

Asintió.

-Ven, ponte aquí.

El profesor la acercó a la mesa del escritorio e hizo que se inclinara apoyando su tronco sobre la misma. Una vez adoptada la posición le levantó la falda.

Se indignó:

-No puede Vd levantarme la falda. Tengo 17 años.

Sin perder la calma, el profesor le respondió:

-Por desobediente te corresponden 5 más, y ahora dime ¿Los prefieres en el trasero o en los dedos?

Invadida por la rabia, el estupor, el miedo y la indignación, sin pensárselo mucho adoptó nuevamente la posición sobre la mesa.

Nuevamente el profesor le levantó la falda y se la recogió en la cintura. Tomó la regla de madera que había encima y con mano enérgica empezó a golpearle el trasero. Giselle no daba crédito a lo que estaba pasando. Una multitud de sensaciones contrapuestas y diferentes empezaron a confundir sus sentidos. Dolor, vergüenza, rabia, humillación y... ¡placer!

Era absolutamente inexplicable, aquello no tenía ni pies ni cabeza, ¿Cómo podía estar disfrutando con eso?

No había contado los golpes pero calculaba que el castigo estaba a punto de acabar, entonces se levantó y con aire indignado se encaró al profesor:

-Oiga yo sólo he cometido 19 fallos, no tiene ningún derecho a darme ni un solo azote más.

Perini, encolerizado, la levantó por la cintura, le dobló el brazo derecho detrás de la espalda y la arrastró hasta el sillón, la colocó boca abajo encima de sus rodillas, levantó su falda, le bajó las bragas y empezó a azotarla enérgicamente con su gran mano abierta. Desde aquél día Giselle empezó a estudiar piano. Sólo vivía para eso. Sus dedos se volvieron ágiles, parecía que volaban apenas rozando con una ligera caricia las blancas teclas.

Mostraba sus progresos a sus orgullosos padres, procurando equivocarse de vez en cuando para que éstos no la apartaran de su amado profesor.

Y cada día, en el viejo estudio de Montmartre, las notas extraídas del piano del maestro iban alcanzando poco a poco la perfección. Pero siempre, sin saber porqué, en los ejercicios previos de calentamiento, los dedos de Giselle eran torpes y no acertaba a ejecutar más de 3 notas seguidas sin un error.

Era otoño, llovía sobre París. A esa hora en que el crepúsculo de la tarde torna la luz en rosa, las hojas de los árboles de L´Ópera, al caer, parecían mecerse como en una cuna al son de los acordes de Bach.

 

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