domingo, 8 de febrero de 2015

Memorias de África M/F Krenee31


 

Memorias de África


Escrito por: Krenee (krenee31@hotmail.com)



Krenee era una joven amazona apasionada por los caballos. Había heredado esa afición de sus padres, excelentes jinetes ambos.

Por la profesión de su padre, Krenee viviría durante unos años en África, el África colonial, en donde la vida de los blancos se había quedado detenida en el siglo XIX, constituyendo éstos una casta especial que vivía, no sólo en las tierras, sino a costa del nativo.

Krenee vivía en un núcleo militar. Estudiaba en un colegio de monjas español, y los ratos de ocio los dedicaba a montar a caballo que era lo único divertido que se podía hacer allí.

Montaba los caballos del ejército. Su instructor, un sargento, era un hombre rudo y con malas pulgas. Le había enseñado a montar al estilo militar. Le había inculcado que a los caballos se les domina con las rodillas, que siempre deben estar fuertemente apretadas contra la silla. El "bautizo oficial como jinete cualificado" se obtenía cuando uno era capaz de hacer todos los ejercicios al trasluz y conseguir que en ningún momento se filtrase ni el más mínimo rayo de sol entre la cara interna de las rodillas y la silla de montar.

Conseguir esto no era fácil. La cara interna de las rodillas es una zona delicada, la piel se levanta enseguida y salen ampollas, pero eso a Krenee no le importaba. Aunque acabara todos los días con las rodillas ensangrentadas ella dedicaba muchas horas al entrenamiento, de manera que obtuvo en poco tiempo el reconocimiento oficial.

El sargento estaba encantado con ella. Era su mejor amazona. Pronto empezó a sacarla, vestida de militar, en todos los desfiles, paradas militares, ejercicios ecuestres oficiales, cabalgatas, carreras y demás acontecimientos militares, pasando a ocupar muchas veces el puesto de cabeza de la fila, dirigiendo los ejercicios y controlando al resto.

Entre los caballos del ejército que ella montaba, había dos que eran sus preferidos. Se llevaba bien con casi todos ellos, pero estos dos eran algo especial: un alazán blanco con un porte elegantísimo y un pura sangre negro con un triángulo blanco en la frente, que era muy veloz. Existía entre ellos y la joven una verdadera corriente de entendimiento, afecto y comprensión. Ella les hablaba incluso, y estaba convencida de que la entendían.

Iba a buscarlos a la cuadra y, aún no había entrado en los establos, ellos ya la presentían y la saludaban con cordiales relinchos. Krenee les llevaba terrones de azúcar (a pesar de la prohibición del sargento) y se los daba colocándolos sobre la palma de su mano extendida. Los animales los cogían de su mano suavemente, sin apenas rozarla. Entonces ella le pedía a los soldaditos (pobres jovencillos que habían tenido la mala suerte de tocarles una "mili" limpiando cuadras y caballos) que la dejaran pasarles el cepillo. Cuando Krenee montaba sobre ellos, la obedecían con sólo un suave movimiento de sus rodillas o de sus manos sujetando las bridas. Jamás usaba la fusta, aunque tenía que llevarla en la mano por ordenes del sargento. Cualquier ejercicio que realizara a lomos de estos dos animales salía siempre perfecto.

Pero entre los caballos del ejército había una yegua de color marrón, y de raza árabe, más pequeña y ancha que los alazanes y que los pura sangre. Los caballos árabes son resistentes y veloces, adaptados para sobrevivir en el desierto, pero no son buenos para salto de obstáculos.

Krenee no se llevaba muy bien con la yegua. Es más la antipatía era mutua. Cada vez que tenía que montarla, el animal desobedecía sus órdenes, y la adolescente tenía que utilizar la fusta ( cosa que le repugnaba) para evitar que al final fuese la yegua la que acabase montando sobre ella.

Se aproximaba una celebración militar que incluía entre sus actos, una carrera de salto de obstáculos. Krenee participaría montando al pura sangre, y por supuesto partía como favorita. Entrenaba entre 6 y 8 horas diarias con el caballo para conseguir el triunfo.

En uno de aquellos entrenamientos, llegó con sus padres y sus tíos. A ella le gustaba su tío y quería que el ejercicio saliera perfecto, ya que era la primera vez que él la veía entrenar.

Llegó vestida con su habitual atuendo de amazona y sus botas altas de montar, radiante de alegría con la idea y el orgullo de poder lucirse delante de su tío, pero se le cayó el alma a los pies cuando oyó que el sargento le decía:

-"Monta a Lola".

Krenee, que era una adolescente muy rebelde y con mucho carácter replicó al sargento:

-"Pero si voy a saltar en la carrera con Neutro ¿Por qué tengo que entrenar con Lola?

-"Porque es una orden"- dijo el sargento enfadado.

Pero Krenee no se conformaba y aún le replicó:

-"Lola no sirve para saltar, y Vd eso lo sabe perfectamente. Es buena para correr pero no para los saltos".

El sargento, hombre muy poco acostumbrado a que nadie le replicase, empezó a perder la calma:

-"Te he dicho que montes a Lola y no quiero oír ni una palabra más. ¡Obedece!.

De mala gana Krenee obedeció.

Lola no se dejaba llevar y a Krenee le costaba dominarla. Parecía que el animal hubiese presentido que la joven tenía un interés especial en lucirse, y era como si dijese:

-"Pues te vas a fastidiar".

Los dos primeros obstáculos consiguieron saltarlos más mal que bien. Krenee estaba enfadada, y su cólera crecía por momentos. Al llegar al tercer obstáculo, la carrera a galope previa al salto estaba saliendo bien. Krenee pensaba que Lola iba a responder. Se preparó para el salto incorporándose ligeramente de la silla y aguantando el peso del cuerpo sobre sus rodillas, para que así, al no tener que soportar la yegua todo el peso pudiera hacer el salto limpiamente; pero en lugar de saltar, Lola frenó en seco delante justo del obstáculo, con lo que Krenee hizo el salto ella sola, sin caballo.

La rabia, la vergüenza, la cólera, la indignación por el ridículo espectáculo ofrecido a su tío, la hicieron levantarse a toda prisa del suelo, a pesar del fortísimo golpe que se había dado, encaminarse a la yegua, y emprenderla a patadas y puñetazos con ella.

Llegó a toda carrera el sargento. Krenee, que estaba muy indignada con él, en cuanto le vio llegar le gritó:

-"Vd tiene la culpa. Mire lo que ha hecho. ¿Cómo se le ocurre hacerme saltar con Lola? Esto era lo que Vd pretendía ¿Verdad?. A esto es a lo que Vd quería llegar."

El sargento, harto ya de tanta rebeldía, arrastró a Krenee hasta el poste del obstáculo que había saltado ella sola, le bajó de un tirón los pantalones de amazona, y con la fusta que ella odiaba utilizar, empezó a descargar sobre su desnudo trasero una enérgica, rápida y seguida tanda de azotes. El sol, ese durísimo sol africano, estaba en lo más alto. Sus rayos se abatían sobre las nalgas de la joven, iluminando las rojeces que la fusta empezaba a provocar.

Los espectadores, al contemplar la escena, quedaron petrificados. Pronto se escuchó un murmullo que fue inmediatamente acallado por el sonido de la fusta estrellándose contra las nalgas de la joven amazona y sus gemidos de dolor. El sargento era implacable, nada le hizo detener su durísimo castigo, ni siquiera un leve relincho de la yegua que, atemorizada contemplaba la escena, y que parecía decirle "para ya. No la azotes más".

Krenee no tuvo tiempo ni de reaccionar. Le ardía el trasero que debía de tener al rojo vivo , pero lo que más le dolía, era su orgullo herido. No era ese el espectáculo que había deseado con tanta impaciencia ofrecer a su tío.

(Nota: esta historia es real. Es autobiográfica. Sólo cambia el final. No hubo azotaina. El sargento se conformó con zarandearme varias veces para que me calmara. Me imagino que la presencia de mis padres y de mis tíos evitó que el final de la historia fuera este. Estoy absolutamente segura de que se quedó con las ganas, y cuando lo pienso más despacio, creo que yo también).

 

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