Viernes,
octubre 7th, 2011
Autora: Ana
Karen Blanco
(relato
basado en una experiencia de Roberto Ortiz)
A veces, a
las personas que nos gusta escribir nos pasa que nos quedamos sin ideas. Pasa
también que tenemos la idea pero no se nos ocurre cómo desarrollarla; pero lo
peor es cuando las musas se nos vuelven esquivas y nos dan la espalda,
negándose a colaborar. Quizás los escritores spankers tengan la ventaja de
poder agarrarlas y poniéndolas sobre sus rodillas, obligarlas a cumplir con su
deber de inspirarlos. Pero a las pobres spankees no nos pasa eso. Más bien tenemos
que huir del Monte Parnaso antes que Apolo nos azote confundiéndonos con musas
o ninfas traviesas. Así que cuando yo estoy falta de inspiración, en vez de ir
a Grecia o visitar el Olimpo, siempre tan peligroso para las mujeres bellas
(sí, ya sé que yo no sufriría ningún peligro, pero tengo derecho a ilusionarme
¿no?) me dedico a pedir ayuda a los generosos spankers que quieren compartir
alguna experiencia con el resto de sus colegas, siempre con la intención de que
sirva de ejemplo educativo a las spankees, y que tengamos presente qué nos
podría suceder de estar en una situación similar. ¡Loados sean los dioses del
Olimpo porque las spankees nunca acabaremos de entender!
Esta vez fue
don Roberto Ortiz quien corrió en mi ayuda y me contó una experiencia de su
juventud, cuando él estaba en la Prepa, en sus épocas de bachiller. Dice que
fue una experiencia inolvidable y que la recuerda porque… Bueno, mejor vamos al
relato en sí. Esto fue, más o menos, lo que sucedió:
Roberto se
levantó temprano aquella mañana. No es que el acontecimiento lo mereciera, pero
era el primer día de clases del segundo grado de la Preparatoria. Luego de un
baño y un desayuno que él consideraba bueno pero que ningún nutricionista
hubiese coincidido con él, salió de la casa en busca de Carlos, su compañero y
amigo para marchar juntos a clases. La parada del autobús ya era conocida pues
el año anterior habían hecho el mismo recorrido que ese día estaban repitiendo.
Exactamente
como el año anterior, el autobús de esa hora venía repleto, así que no les
quedó más remedio que viajar parados. Las personas que viajan a esa hora en los
transportes públicos, suelen ser “grises”, es decir: hombres de trajes oscuros
rumbo a sus oficinas, señoras vestidas con colores sobrios dirigiéndose a su trabajo,
jóvenes con sus uniformes charlando animadamente… Pero ella era diferente a
todos, por eso captó la atención de Roberto y de su amigo. Los ojos de los
jóvenes no podían dejar de mirarla, como tampoco pudieron dejar de decir varias
frases que hicieron que la mujer se incomodara. Vestía un traje rojo tipo
sastre que la hacía verse hermosísima y resaltar del resto del pasaje. Los
jóvenes cuando están acompañados siempre se animan a decir cosas que solos
jamás dirían. Pero eran dos y lograron que la bella dama se ruborizara con sus
frases.
Un par de
cuadras antes de llegar a la escuela, la chica, que era un poco mayor que
ellos, descendió bastante molesta del autobús. Los chicos siguieron su ruta y
al llegar a la parada de la escuela, bajaron y se dirigieron al salón de
clases. La primera hora tocaba una aburrida y tediosa clase de historia que
pasó sin novedad. La segunda hora les trajo una materia nueva: Ética. En el
receso entre materias, todos aprovecharon para saludar más efusivamente a los
compañeros del curso anterior y contarse algunas novedades de las vacaciones.
En lo mejor de la charla y las bromas, irrumpió en el salón la nueva profesora
que les impartiría Ética. Roberto y Carlos quedaron boquiabiertos… Para su
sorpresa era la misma chica del autobús, a la que habían molestado y habían
logrado fastidiar. Carlos se puso muy nervioso, pero no sucedió lo mismo con
nuestro protagonista, al que le divirtió la idea de lo que estaba pasando.
La nueva
profesora tomó su puesto sin dejar entrever ninguna reacción. Se mantuvo calma
y fría como si fuera la primera vez que veía a los muchachos, aunque los tres
sabían que no era así. Se puso de pie ante la clase y se presentó: “Soy la
profesora Nelly, y le impartiré la clase de Ética”, dijo. Y comenzó a disertar
sobre su materia. El resto de la hora transcurrió sin ningún inconveniente,
pero al finalizarla, Carlos y Roberto fueron llamados por Nelly a su
escritorio. Cuando los tuvo delante se puso de pie y comenzó a caminar mientras
les decía:
-Así que les
gusta molestar a las mujeres ¿eh? Pues conmigo van a aprender a no hacerlo.
Carlos bajó
la cabeza y guardó silencio, pero Roberto no soportó la situación y le
contestó:
-Creo que
usted también va a aprender algunas cosas… profesora Nelly.
-Pero… ¿cómo
se atreve? ¿Usted cree que esa es la forma de hablarle a su profesora? -le dijo
mientras que le lanzaba una mirada desafiante y chispas de ira salían por sus
ojos. Pero Roberto no se dejó intimidar:
-No. No le
hablaría así si fuese usted una profesora como dice serlo, pero… empiezo a
dudarlo.
Sin
permitirle ninguna respuesta, le dio la espalda y salió del salón con una
sonrisa de triunfo en su rostro. Había ganado el primer round.
Los
encuentros y discusiones se hicieron cada vez más frecuentes en el primer trimestre.
Cuando habían pasado dos meses del segundo trimestre y más de la mitad el curso
había quedado atrás, un lunes con su nueva carga de clases se hizo presente.
Roberto apareció corriendo en el salón a sabiendas que llegaba tarde. Cuando
intentó entrar dirigiéndose a su lugar…
-¿Dónde cree
que va Roberto? -le dijo con un tono bastante burlón. El chico se paró en seco
y devolviendo su tono le contestó:
-A mi
asiento profesora Nelly.
-Quizás no
se haya dado cuenta, pero la clase comenzó hace 20 minutos.
-Sí, me dí
cuen…
-Retírese
inmediatamente del salón de clases y espere fuera a que terminemos -le dijo,
interrumpiéndolo y señalándole la salida con el índice- No me interesa oír sus
excusas. Fuera del salón ya mismo.
Roberto
recordó algunos de los últimos episodios de semanas anteriores y comprendió que
era inútil cualquier motivo que quisiera esgrimir, así que giró sobre sí mismo
y salió del salón.
Pasados unos
25 minutos, la campana sonó dando por terminada la hora de Ética, así que se
paró sobre un costado de la puerta permitiendo que la oleada de jóvenes saliera
a su antojo. Una vez despejado el salón, se asomó a la clase. Quedaban dentro
su amigo Carlos y un puñado de compañeros, chicos y chicas. Nelly lo vió y le
hizo seña de que entrara y se acercara a ella. A medida que el joven obedecía,
observó a la bella profesora que iba enfundada aquel día en un bonito y ligero
vestido, con la falda muy amplia, color negro estampado con flores rojas. Se
veía espectacular y lo sabía. No hay nada más seductor que una mujer hermosa
que sabe que lo es. Sin levantar la vista del escritorio, le espetó:
-¿Por qué
llegó tarde y además no entró a clase? -le dijo en un tono burlón pero servero.
Ambos sabían que ella lo había echado del salón, y eso enervó a Roberto, que se
puso realmente molesto ante la actitud de la profesora.
-Pero
profesora, usted vio que entré y me echó del aula.
-Yo nunca
hice eso -le dijo mientras que se ponía de pie y se sentaba en la orilla del
escritorio, quedando enfrentada a su alumno- El ser un irresponsable es lo que
ha hecho que no entre cuando sabe que debe hacerlo.
La ira de
Roberto iba en aumento.
-Mira Nelly
-le dijo visiblemente molesto y olvidándose del título de la chica- desde que
te conocimos Carlos y yo, he notado que no soy de tu agrado, pero no te
preocupes que tú tampoco lo eres para mí.
Con el
tiempo Roberto se llevaría una gran sorpresa al descubrir que los sentimientos
de su profesora no eran los que él imaginaba. Pero en ese instante la cara de
Nelly se transformó.
-Es usted un
insolente Roberto -le gritó- ¡Váyase! ¡No quiero volver a verlo en mi clase!
-No te
preocupes Nelly, me iré. Pero antes te voy a enseñar que también los alumnos
merecemos respeto.
No le dio
tiempo a reaccionar, ni a ella ni a sus compañeros de curso. La tomó del brazo,
se sentó en la silla de los profesores y jalándola fuertemente la puso sobre
sus rodillas, mientras la sujetaba firmemente de la cintura. Entonces comenzó a
nalguearla.
En cada
palmada Roberto sentía la dureza de aquellas nalgas que temblaban con cada
impacto. Al apoyar su mano percibía la redondez de cada cachete y la hendidura
que separaba los dos hemisferios. La amplitud de la falda y el delgado grosor
de la tela le permitía nalguearla como si estuviera desnuda. Sentía el borde de
su ropa interior, y hasta podía palpar el encaje de sus bragas. No le había
propinado más de 10 o 12 nalgadas cuando sus gritos se hicieron casi
insoportables, mientras que los compañeros de curso del chico reían y un par de
chicas le decían: “¡Robert, déjala!”, pero él estaba tan ensimismado en su
tarea que hizo oídos sordos a lo que le decían y continuó nalgueándola hasta
sentirse satisfecho.
Seguramente
Nelly sentía la fuerza y el vigor de la mano de Roberto. Si en ese momento
hubiese levantado su falda, sus nalgas se verían rojas y brillantes. La forma
de nalguear de este joven, de abajo hacia arriba, hacía que a veces se
levantara la fina tela del vestido y por unos segundos se viera algo más de lo
conveniente en una profesora de Preparatoria, además de que los azotes se
sentían mucho más fuertes así.
Con la
intención de que alguien fuera en su ayuda, la profesora gritó y pataleó más de
lo conveniente, cosa que hizo que el resto del alumnado se agolpara en la
puerta para ver el espectáculo. Con seguridad no había en esa multitud ningún
profesor, o hubiese impedido la azotaína. Al menos eso supuso Roberto.
Cuando le
pareció suficiente la soltó. En el momento en que pudo sostenerse por sí misma,
levantó su mano como para abofetear o arañar al hombre que le había hecho pasar
la vergüenza de su vida, pero con un rápido movimiento el chico tomó las manos
de la mujer y le dijo con voz firme:
-Mi querida
profesora… si no te calmas o si tratas de pegarme, no dudaré en repetir el
castigo sobre esas deliciosas nalgas que tienes.
Nelly tenía
la cara roja, quizás de vergüenza, quizás por el tiempo que estuvo sobre sus
rodillas con la cabeza baja, quizás por la rabia contenida que no podía
manifestar como quisiera. Cuando le soltó las manos, Nelly bajó la cabeza y
comenzó a frotarse las nalgas, en forma muy discreta pero vigorosa. Mientras
caminaba sin dejar de mirarlo, lo llenaba de insultos que a Roberto le sabían a
triunfo y gloria.
Al salir de
la clase seguido de Carlos y el resto de los compañeros, muchas miradas de
asombro en algún caso y de admiración en otros se posaron en el nalgueador.
Nelly quedó en el salón y Roberto se enteró más tarde de que no se presentó en
la Preparatoria por dos semanas. Claro que él tampoco lo hizo. Lo que sí hizo
fue darse de baja de la clase de Ética, actitud que le valió tener que repetir
la materia al año siguiente. Pero estoy segura que quien le pregunte a Roberto
si valió la pena, la respuesta será ¡SÍ!
https://larevistadelpetticoat.blogspot.com/
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